agosto 17, 2007

Libros ciudadanos para el verano (VIII)

Título: El universo elegante
Autor : Brian Green
Edit. : Crítica



Crítica del libro en Amnesia Compartida:

“El universo elegante” es un libro indispensable para conocer la teoría de las supercuerdas (o cuerdas a secas, según el libro) y escrito por Brian Greene, físico y matemático y profesor de la Universidad de Columbia. El libro habla de todos los aspectos de la teoría y obviamente esta en defensa de ella.

Para explicarnos dicha teoría y el marco de investigación que existe, Brian empieza explicando las bases fundamentales para llegar a dicha teoría, es decir, las teorías de la relatividad y de la mecánica cuántica. En un segundo bloque ya nos habla de la teoría de cuerdas de pleno, luego aspectos más complejos, y por último la perspectiva cosmologica, historia de dicha teoría y posibles líneas de investigación y perspectivas. Todo ello lo realiza con una facilidad y capacidad de síntesis asombrosa, llegando al lector en tan complejos temas y difíciles de entender. El libro esta lleno de notas para profundizar algunos conceptos para aquellos con más saber en la materia y concretamente en aspectos matemáticos, pero que para principiantes son notas que se pueden obviar sin ningún remordimiento y que no afectan al transcurrir de la lectura del ensayo.


Como digo el libro esta dividido en grandes bloques, en el primero se nos da un mosaico general sobre la física, conflictos y diversos conceptos introductorios, seguidamente nos introduce y explica la teoría de la relatividad de Einstein : nos habla del espacio y el tiempo, la velocidad de la luz, el efecto del movimiento en el espacio, la gravedad, el alabeo del espacio y el tiempo, los fundamentos de la relatividad general, etc. Todo ello explicado con analogías concretas, metáforas sencillas y entendibles y con gran exhaustividad.

Después nos habla de la otra gran teoría, la mecánica cuántica, aquí los conceptos son más abstractos y más difíciles de asimilar, pero Greene los explica con gran sencillez. Nos habla del marco cuántico, las partículas, las ondas y muchos más misterios de este mundo microscópico (simetría gauge, teoría cuántica de campos, etc.).

Una vez explicadas las dos grandes teorías: la relatividad de Einstein (mundo macroscópico) y la mecánica cuántica (mundo microscópico), nos habla del gran problema de no poder “juntar” dichas teorías, por ello surge la necesidad de una teoría unificadora, la denominada teoría de las supercuerdas.

Así comienza el segundo gran bloque del “El universo elegante”, donde se explica la teoría de cuerdas y todas sus características. Para ello nos introduce en una breve historia de esta singular teoría, luego los conceptos básicos de ella (las cuerdas, átomos, etc). Seguidamente ya nos entabla unas interesantes explicaciones más profundas como la gravedad y la mecánica cuántica en la teoría de cuerdas, el espín, la supersimetría y superparejas, nuevas dimensiones…

Aquí esta el núcleo más difícil de explicar y entender, pero gracias a la facilidad didáctica de Greene la lectura es entendible, eso si hay que releer muchas veces, son conceptos muy abstractos pero realmente interesantes e increíbles. Temas como la teoría de Kaluza y Klein son muy interesantes así como las implicaciones de esas nuevas dimensiones adicionales.

El siguiente bloque es bastante complejo y sugestivo: nos habla de la teoría de cuerdas y la estructura del espacio-tiempo, para ello la geometría cuántica es indispensable. Así que el tema es igual de interesante como complejo; cuerdas envolventes, simetría de espejo, el rasgado de la estructura del espacio, etcétera. Todo difícil de roer pero magnificamente explicado.

Seguidamente en otro bloque nos habla de las distintas teorías de cuerda que existen, es decir la segunda revolución de las supercuerdas y la teoría-M (que unifica las distintas teorías de cuerdas existentes), donde la teoría de perturbaciones es bastante importante, y sobretodo la dualidad. Ni falta decir que esta magnificamente explicado.

Otro capítulo esta dedicado exclusivamente a los agujeros negros, para posteriormente hablarnos de cosmología de forma magistral. Desde los distintos modelos de cosmología hasta una explicación del big bang muy detallada. Conceptos como el hinchamiento del espacio, la historia del universo (muy lograda e interesante) son reflejados en este capítulo.

Para terminar Greene nos da distintas perspectivas del camino que queda por seguir, de cómo comprobar la teoría de cuerdas, de los limites y los progresos, etc. Y para terminar, el libro tiene un glosario de términos científicos, así como las obligadas notas, índice, bibliografía e índice alfabético.

Como podéis comprobar Greene nos explica todos los aspectos de la teoría de cuerdas, su historia, implicaciones y futuro, además de diversas explicaciones básicas de cuántica y espacio-tiempo y los misterios de la física que existen, pero sin dejar temas muchos más complejos y profundos (como las formas Calabi-Yau).

Un gran libro didáctico que refleja un todo de tan singular teoría con una sencillez y capacidad realmente importante y lograda. Por último mencionar que existe un documental basado en el libro, con una duración de tres horas y que podeis ver aquí, eso si en inglés.

» Ver artículo en Amnesia Compartida, con comentarios, enlaces...
» Brian Green en Wikipedia

agosto 16, 2007

Ideas para el siglo XXI (VIII)


PROBLEMA: La moribunda democracia rusa

¡Salvemos a los rusos!
Nicholas Eberstadt


Los ciudadanos de la antigua superpotencia están muriendo en cantidades catastróficas. Por muy poco, podemos probar que no les hemos olvidado.

En los siete años transcurridos desde que Vladímir Putin llegó al poder, la población rusa padece un exceso de mortalidad. Desde 2000, han muerto de forma prematura casi 3,9 millones más de personas –un millón de mujeres y casi tres millones de hombres– de las que habrían fallecido si se hubieran mantenido las magníficas condiciones sanitarias de la época de Gorbachov. Esa cifra representa más del doble de las bajas totales que sufrió el Imperio Ruso bajo el reinado de Nicolás II en la Primera Guerra Mundial. Y otra comparación todavía más asombrosa: el número de muertes prematuras per cápita en Rusia está quizá a la altura o por encima del número de muertes por VIH/sida en el África subsahariana. Es la triste prueba de que una sociedad que es culta y urbanizada puede sufrir un declive prolongado de la salud incluso en tiempos de paz. Para eterna vergüenza de Putin, el Kremlin ha preferido ignorar la espantosa y continua hemorragia de vidas rusas que se pierden por esta enorme herida nacional. Pero eso no significa que se deba hacer lo mismo.


Salvar a millones de rusos durante los próximos decenios no sería una mera hipérbole: bastarían unas intervenciones políticas relativamente baratas para rescatar a miles cada año. La espiral de la muerte en Rusia gira, sobre todo, en torno a un tipo de fallecimientos innecesarios y prevenibles, causados por enfermedades del corazón y traumatismos graves (dos factores muy relacionados en ese país con el consumo excesivo de alcohol). ¿Por qué no dar una respuesta enérgica mediante programas de prevención cardiovascular, educación sobre el alcohol, campañas de seguridad en la carretera y la creación de equipos de urgencias en los centros urbanos de Rusia? Un reciente estudio de la Universidad Johns Hopkins (EE UU) indica que hay unas cuantas iniciativas médicas que, planeadas con inteligencia, podrían dar enorme rendimiento: las medidas de seguridad en el tráfico podrían ahorrar muertes con un coste de sólo 5 dólares al año por vida salvada; las cardioterapias con aspirina y betabloqueantes pueden hacerlo por unos veinticinco dólares, y el precio de cada deceso evitado gracias a los equipos médicos de urgencias con ambulancias no alcanza los 1.500 dólares. Una campaña internacional para salvar a los rusos no sólo tendría enormes repercusiones humanitarias, sino que permitiría cosechar dividendos políticos importantes. En un momento en el que el aislamiento de Rusia es cada vez mayor, sería un gesto simbólico importante para asegurar a sus habitantes que no les hemos olvidado. Como no debería olvidarse que la demografía y la democracia tienen su suerte mucho más unida de lo que se cree. La historia contemporánea muestra una sólida relación entre el tipo de gobierno y la salud de los gobernados. Las democracias constitucionales, que incluyen el respeto a la vida de sus ciudadanos, están obligadas a proteger y cuidar a la gente de una manera totalmente distinta a las autocracias y las dictaduras. Considerar las vidas humanas como algo importante –y catalizar más voces políticas en favor de ese sentimiento dentro de Rusia– puede ser un primer paso para reavivar el proyecto democrático del país.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Nicholas Eberstadt ocupa la cátedra Henry Wendt de Economía Política en el American Enterprise Institute de Washington (EE UU) y es asesor principal en la Oficina Nacional de Investigaciones sobre Asia.

agosto 14, 2007

Patriotismo suicida

El suicidio de Xirinacs ha sido, según ha dejado escrito el difunto, "un acto de soberanía de un individuo esclavo, en una nación esclava, los Países Catalanes, ocupada por Francia, España (e Italia) desde hace siglos".

En la misma línea se pronunciaba hace cinco años, cuando se declaró "amigo de ETA y Batasuna" y dijo lo siguiente:

"Todo aquel que vive y trabaja o no trabaja en los Países Catalanes, todo aquel que está radicado en ellos y no los quiere más que a España, a Europa o al mundo, no es digno de vivir en un país. Puede tratarse de ignorancia o de malicia. En el primer caso se ha de invertir pedagogía, educación e ir impartiendo instrucción. En el segundo caso se los debe combatir."

¿Cómo es posible que un conocido luchador antifranquista, ex-sacerdote, ex-senador y candidato al Nobel de la Paz diga y haga semejantes barbaridades?


Lo más lógico es pensar que entre las filas de los activistas contra el régimen de Franco había, además de personas de nobles ideales, un cierto número de fanáticos y lunáticos que obtuvieron renombre y prestigio por el mero hecho de oponerse al dictador. Este tipo de personajes tienen la oportunidad de destacar en circunstancias excepcionales como las que nos tocó vivir entonces, para luego caer en el descrédito o el olvido cuando la situación vuelve a la normalidad, como pasó en España con la llegada de la democracia.

Pero parece que la anomalía no ha acabado del todo, a pesar de que ya han transcurrido varias décadas. El irredentismo extremo que defendía Xirinacs suena todavía muy agradable a los oídos del establishment nacionalista catalán, así que no es de extrañar la reacción de la clase política de Cataluña, que ha optado por elogiar y ensalzar la figura del reciente fallecido (con la excepción de Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía y PPC).

Ahí tenemos los gestos y declaraciones de José Montilla, Ernest Benach, Joaquim Nadal, Jordi Pujol, Felip Puig, Josep Lluís Carod-Rovira, Dolors Camats, Joan Josep Nuet. Todos a una: Govern, Parlament, PSC, CiU, ERC, ICV, EUiA... y Batasuna, que también ha manifestado su "más sentido pésame".

» Ver noticia en El Periódico de Cataluña
» Reacción de ACVOT: la asociación catalana de víctimas reprocha a los partidos sus elogios a Xirinacs

agosto 13, 2007

Libros ciudadanos para el verano (VII)

Título: Identidades proscritas
Autor : Juan Pablo Fusi
Edit. : Seix Barral



Crítica del libro por Jordi Canal:

En cada una de las ocasiones que me ha tocado explicar fuera de España, en actos académicos o en conversaciones privadas, la situación vivida en el País Vasco bajo la presión del terrorismo de ETA y del nacionalismo radical, siempre alguno de los auditores ha mostrado sorpresa o desconcierto ante el acoso a los no nacionalistas y, especialmente, ante un par de temas: la vida cotidiana bajo protección o extrema vigilancia y la existencia de refugiados políticos o exiliados vascos repartidos por toda la geografía española y en el extranjero. Todos ellos son víctimas de la sinrazón terrorista de los nacionalistas radicales: los cargos políticos que no pueden salir a la calle sin escolta, los comerciantes extorsionados, los periodistas e intelectuales que viven bajo amenaza, los policías que se ven en la obligación de vivir en las provincias limítrofes o los profesores que, por seguridad, han debido abandonar su trabajo en las universidades del País Vasco y aceptar puestos en otras universidades españolas, francesas o norteamericanas. La lista de hombres y mujeres afectados podría ser larguísima. Constituyen una porción del iceberg del conflicto vasco que demasiado frecuentemente olvidamos; forman parte, al fin y al cabo, de esa mitad no nacionalista de la sociedad que el estruendo nacionalista relega a un segundo plano de la actualidad.


A lo largo del pasado año aparecieron en España algunos libros, pertenecientes a géneros bien distintos, que permiten entender algo mejor el conflicto vasco en el último cuarto de siglo y, en particular, la cuestión de las víctimas del acoso y la violencia del nacionalismo étnico y terrorista. Tres de estas obras, en concreto, merecen aquí un comentario: Porque tengo hijos, de Rosa Díez; Los peces de la amargura, de Fernando Aramburu, e Identidades proscritas, de Juan Pablo Fusi. En la primera, Rosa Díez reúne artículos, elaborados entre 1996 y 2006, sobre los avatares de la política vasca. Se trata de textos lúcidos, valientes y comprometidos, que nos recuerdan permanentemente qué hizo cada cual en cada momento, ya sean los cachorros fanáticos del nacionalismo pro-etarra, los peneuvistas situados bajo el signo del egoísmo o bien sus propios correligionarios socialistas vascos, inmersos en una vía democráticamente suicida. La lectura de este libro, que ya fue comentado por Félix Ovejero en septiembre de 2006 en las páginas de Letras Libres, ofrece nuevas razones para admirar a Rosa Díez a todos aquellos que ya lo hacíamos en su condición de política, activista y resistente. El escritor Fernando Aramburu, por su parte, nos ofrece, en Los peces de la amargura, un maravilloso y punzante conjunto de relatos que contienen fragmentos de vidas condicionadas, marcadas o truncadas por la espiral del fanatismo. Emoción, algo de impotencia y mucho de revuelta emergen necesariamente en la lectura de estas narraciones. Razón tiene Fernando Savater cuando afirma que, exceptuando las novelas de Raúl Guerra Garrido, hasta este libro “las víctimas del terrorismo no habían encontrado un reconocimiento artístico de su humilde calvario a la altura exigible” (“Víctimas”, El País, 9 de diciembre 2006).

En el tercero de los libros, Identidades proscritas. El no nacionalismo en las sociedades nacionalistas, del historiador Juan Pablo Fusi, solamente un capítulo está dedicado al País Vasco. No obstante, estamos antes unas páginas que permiten entender cabalmente la problemática del no nacionalismo en sociedades, como la vasca, condicionadas por el nacionalismo, y, al mismo tiempo, ubicar esta problemática en un marco internacional. Los nacionalismos y, específicamente, la cuestión nacional en España ya han centrado bastantes libros de este autor: El problema vasco en la II República (1979), El País Vasco. Pluralismo y nacionalidad (1984), España. Autonomías (1989), España. La evolución de la identidad nacional (2000) o La patria lejana. El nacionalismo en el siglo XX (2003). Este último, en concreto, constituye una suerte de contrapunto y complemento del que ahora ha llegado a las librerías. Mientras que La patria lejana pretendía ser una narración y una explicación de los acontecimientos y los procesos más importantes del siglo XX en los que el nacionalismo había tenido un papel destacado, en Identidades proscritas, por el contrario, se nos propone un estudio de las identidades y culturas políticas que coexisten con el nacionalismo en comunidades en las que éste tuvo o tiene una decisiva importancia. El no nacionalismo adquiere la misma sustantividad, como mínimo, en tanto que hecho social e histórico, que el nacionalismo. El olvido del no nacionalismo, como consecuencia de la atención preferente recibida por los nacionalismos, resulta de esta manera convenientemente reparado. Buen número de equívocos y apriorismos quedan en una posición ideal, si se añade algo de voluntad, para saltar por los aires.

Juan Pablo Fusi aborda en el libro un total de seis casos: los vascos, los angloirlandeses, los judíos, los sudafricanos, los escoceses y los canadienses. No se ha pretendido pergeñar, como reconoce el autor, una obra enciclopédica. Estoy convencido, a pesar de ello, de que el tratamiento del caso catalán hubiera enriquecido, a nivel problemático, más que en el de los simples contenidos, la ya densa perspectiva ofrecida. Como quiera que sea, Identidades proscritas permite comprender muchísimas cosas: la condición de nacionalidad escindida del País Vasco, la trascendencia de la creación del nacionalismo vasco y la presencia central de lo vascoespañol; la invención por parte del nacionalismo radical, a fines del siglo XIX, de una nación irlandesa únicamente católica y gaélica, que excluiría tanto al Ulster como a los angloprotestantes del sur (piénsese, por ejemplo, en literatos como George Bernard Shaw, Samuel Beckett u Oscar Wilde); la decisiva trascendencia del judaísmo no sionista; la importancia de los liberales y comunistas no nacionalistas, al lado, está claro, del Congreso Nacional Africano, en la construcción de la actual Sudáfrica, multirracial y democrática; la coexistencia de una fuerte identidad escocesa, nacional si se quiere, y un débil nacionalismo escocés; y, asimismo, el papel básico que han tenido Quebec –una región mucho más plural, tanto a nivel religioso como lingüístico y a nivel de población, de lo que a veces se nos presenta– y los quebequenses en la construcción del Canadá contemporáneo. Hombres y mujeres, acontecimientos y procesos pueblan estas doctas, a la par que amenas, páginas. El no nacionalismo, que no debe confundirse con el antinacionalismo –aunque los nacionalistas crean, en su obnubilación, lo contrario–, puede llegar a convertirse en una forma de identidad comunitaria. Nacionalismo y no nacionalismo son, como bien sostiene Fusi, manifestaciones distintas de la identidad, la vida colectiva y la política. Ni naturales ni predeterminadas: constituyen, simplemente, fenómenos propios de las sociedades plurales. Toda una lección. Estamos, en definitiva, ante un libro excelente e imprescindible en nuestra todavía bastante confusa España de hoy.

» Libros de Juan Pablo Fusi

agosto 09, 2007

Homenaje a Casanova, asesinado por ETA


Esta tarde ha tenido lugar en Berriozar, muy cerquita de Pamplona, un homenaje a Francisco Casanova, asesinado por ETA hace justamente siete años. Varios afiliados de C's, de las agrupaciones navarra y digital, han querido estar presentes. Con uno de ellos aparece en la foto Rosa Díez, que tampoco se ha querido perder el acto.



Los actos de homenaje han consistido en una Misa Navarra y un Festival de Jotas. En las fachadas de los alrededores se podía observar pintadas a favor de ETA y alguna de las típicas pancartas de apoyo a los presos etarras. En esta ocasión, el evento tiene un significado especial ya que, después de la rebelión ciudadana que supuso en su momento el asesinato de Francisco Casanova, este año los nacionalistas de Na-bai y ANV han recuperado el control del ayuntamiento de Berriozar, convenientemente ayudados por IU.


(Disculpen la poca calidad de esta última foto, pero la hemos querido incluir porque en ella se puede ver, en una misma fachada, junto a la típica pancarta etarra otra azul con dos manos blancas, emblema de los Vecinos por la Paz. Es muy ilustrativa de la situación que se vive en Berriozar, ya que está todo el pueblo así y en ocasiones se trata de vecinos con balcones contiguos)

» Leer artículo "Vencer el miedo" en el blog de la agrupación navarra de C's

Ideas para el siglo XXI (VII)


PROBLEMA: La guerra contra las drogas


Legalicémoslas
Christopher Hitchens


¿Queremos derrotar a los camellos y a los capos de la droga? Pues compremos lo que venden.

El mayor cambio para mejorar la política exterior estadounidense, y para el que no haría falta más que un sencillo acto de voluntad política, sería el de abandonar la guerra contra las drogas. Esta reliquia de la era de Nixon lleva mucho tiempo siendo el hazmerreír dentro de las propias fronteras estadounidenses (donde los narcóticos están a disposición de cualquiera que los desee y lo único que puede garantizarse es que el dinero irá a parar a manos de criminales). Pero esos mismos rendimientos decrecientes tienen un efecto deplorable en la política internacional de EE UU.


Pensemos en el caso de Afganistán. Hace 30 años era un país de viñedos, famoso por sus uvas pasas. Ahora padece tal deforestación que un agricultor tendría que ser muy optimista para plantar una viña, mientras que el que cultiva amapolas, por lo menos, tiene asegurados ciertos ingresos. Nos dedicamos a quemar y destruir el único cultivo real del país. Y los beneficiarios de esta política son los talibanes. ¿Por qué no, en lugar de esto, compramos las cosechas afganas, las utilizamos para fabricar calmantes y quemamos o arrojamos a la basura el resto (si es que hace falta) mientras que, en paralelo, ofrecemos incentivos y ayudas a los viticultores? Ya pagamos a los turcos para que cultiven opio con fines médicos; no necesitan el dinero. Los ingresos que ahora van a parar a narcotraficantes y terroristas podrían emplearse directamente en la reconstrucción de Afganistán. Puede decirse que sería una situación en la que todos saldríamos ganando. Y esto, por no hablar más que de los opiáceos. La utilidad de la marihuana para combatir el glaucoma y ayudar a aliviar el dolor de la quimioterapia está ya muy documentada. Además, la despenalización de las drogas significaría asimismo que habría menos impurezas letales (porque los traficantes cortan el material) y menos glamour del que se asocia a la prohibición. Las posibilidades de corrupción de las instancias oficiales también disminuirían, así como las guerras entre bandas. No hace falta ser apóstol de Milton Friedman para comprender que cualquier intento de prohibir un producto con tanta demanda y tanta facilidad de abastecimiento está condenado al fracaso.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Christopher Hitchens es colaborador de Vanity Fair y autor de Thomas Paine’s ‘Rights of Man’: A Biography (Atlantic Monthly Press, Nueva York, 2007).

agosto 07, 2007

Libros ciudadanos para el verano (VI)

Título: Mi vida, mi libertad
Autor : Ayaan Hirsi Ali
Edit. : Galaxia Guttemberg



Crítica del libro por Charo González Prada:

“Tú, Hirsi Ali, caerás”. La amenaza apareció clavada con un cuchillo de carnicero en el pecho de Theo van Gogh una mañana de noviembre de 2004. El asesino utilizó el otro –llevaba dos– para degollarle después de haberle disparado varias veces.

Van Gogh habia filmado un cortometraje –Submission– que denunciaba la situación de las mujeres musulmanas. El guión era de Ayaan Hirsi Ali, una diputada holandesa nacida en Somalia que había hecho pública su apostasía del islam. Después de aquello, Hirsi Ali tuvo que acostumbrarse a vivir permanentemente con protección policial. Escribió un primer libro –Yo acuso (2006)–, una recopilación de ensayos que reivindicaban los valores de Occidente y pedían una crítica ilustrada para el islam. Eso fue antes de que se desatara el escándalo en torno a su ciudadanía que haría caer al gobierno, antes de que renunciara a su escaño y antes de que se marchara a Estados Unidos. Ahora ha publicado su autobiografía –Mi vida, mi libertad–, un libro fascinante que permite –privilegio nada usual– asistir a la construcción cabal de un pensamiento crítico.


En Somalia, la joven Ayaan, educada en los principios del islam, había llegado a frecuentar a los Hermanos Musulmanes. Eran los tiempos en que formaba parte de “la fuerza de choque de Dios” contra una maligna cruzada mundial orquestada por los judíos y el Occidente ateo. Aprendió entonces que Alá le pedía sumisión total: “Nunca levantes tus ojos, ni siquiera en tu mente”. Ocurre, sin embargo, que Hirsi Ali es una de esas personas con una obstinada preferencia constitucional por lo verdadero: su fe estuvo siempre entretejida con la noble sustancia de la duda.

Un día la casualidad le llevó a Holanda, tratando de esquivar el matrimonio concertado por su padre. Holanda era el país de la tolerancia, y era además un país donde los autobuses y los relojes funcionaban a la perfección a pesar de las piernas desnudas y de los brazos al aire de las chicas. Quería una vida propia, y descubrió que el Estado de derecho se la podía ofrecer. Tuvo que asumir el precio, claro está: la soledad, la renuncia a la familia. Dejaría de ser Ayaan Hirsi Magan, del gran clan de los Darod, una Harti, una Osman Mahamud del linaje de la Espalda más alta. En adelante, sería simplemente Ayaan Hirsi Ali, ciudadana holandesa.

Estudió Ciencias Políticas, leyó a los pensadores occidentales y empezó a vislumbrar el camino: “Había que atenerse a los hechos; los hechos son una hermosa idea. Se hablaba de método y razón. No había espacio para las emociones y las actitudes irracionales.” Los hechos. Por entonces, la ciudadana Hirsi Ali no sospechaba que aferrarse a los hechos le iba a llevar a enfrentarse con algo más que el islam. La tendencia a no creer en la existencia de una verdad objetiva le parecía ya a Orwell uno de los grandes males de su época. Pero no es probable, ya digo, que para entonces Hirsi Ali estuviera al corriente de las ligerezas del relativismo.

Durante mucho tiempo se limitó a absorber los hechos y a ponerlo todo en tela de juicio. El atentado contra las Torres Gemelas la encontró así, con la mente en construcción. Las reacciones complacientes de “analistas estúpidos hasta la exageración” que culpaban veladamente a Occidente la sacudieron como a una estera. Para cuando todo aquello acabó, las ideas y los hechos habían empezado a encajar. Había estado buscando certezas, y ya tenía algunas. Entre ellas, que lo ocurrido “no tenía nada que ver con la frustración. Tenía que ver con la fe.”

Dos años después llegaba al Parlamento holandés con la causa de las mujeres musulmanas bajo el brazo. Era una causa noble y el mundo entero la aplaudió. Pero Hirsi Ali había aprendido bien las lecciones de los pensadores de la ilustración, de Russell, de Popper, y debajo del brazo traía también el escándalo: se oponía a la política de integración basada en los valores del multiculturalismo. Entendía que perpetuaba una cultura oscurantista en nombre de la compasión.

La izquierda bienpensante ha digerido mal algunos momentos de la historia europea –el descubrimiento de América, el colonialismo, el holocausto judío–, así que ha dado en culpar a Occidente y en convertir en víctima al islam. Eso explica que regurgite manifestaciones de comprensión de la violencia y que haya encontrado un digestivo en el discurso multicultural: la norma tácita es la igualdad de valor moral en todos los frentes –lo contrario supondría establecer jerarquías, y Dios nos libre de las jerarquías. Se consagra la diferencia sin más como incomparablemente valiosa, y se olvida que muchas diferencias tienen su origen en prejuicios ancestrales. A cambio, se ensalza la tolerancia y se proclama que todas las opiniones son respetables, sin advertir que en la renuncia a juzgar se enmascara la indiferencia y la cobardía.Hirsi Ali supo ver que hay en el fondo de esta actitud complaciente una entraña conservadora, y que la compasión misma es una suerte de racismo.

Así las cosas, esa izquierda bienpensante sólo tenía dos opciones ante el caso Hirsi Ali: o declararla una excepción o desacreditarla. Ha intentado las dos cosas. Hace mucho que la izquierda vive instalada en el autoengaño, y es sabido que es una ley elemental del autoengaño considerar como una excepción lo que contradice nuestras expectativas. Una vez reconocido que la lucha por los derechos de la mujer musulmana es la lucha de todos –faltaría más–, vino el consabido pero: no ha tenido en cuenta que la realidad del islam es multiforme y se limita a repetir estereotipos que sólo se justifican por su vivencia personal, por supuesto muy respetable. El problema es que Hirsi Ali maneja hechos: el resultado de las políticas de integración multiculturalistas es que los inmigrantes viven aparte, estudian aparte, se relacionan aparte, que son muchos los violentos y muchos los que viven de la asistencia social. No importa. Para los defensores del relativismo, la verdad de los hechos resulta difícil de soportar, de manera que se esfuerzan por negarlos con el noble propósito de no alimentar el racismo. ¿Mienten, pues? No exactamente. Más que de mentiras –ni siquiera se puede contar con una vileza consistente–, se trata de pura palabrería. Bullshit, vamos.

Quienes pretenden desacreditar a Hirsi Ali la acusan de atacar directamente al profeta. Lo cierto es que el día que se miró al espejo y fue capaz de decirse “No creo en Dios”, Hirsi Ali dio la última vuelta de tuerca a su reinvención: más allá de las dudas sobre la verdadera enseñanza de Alá, había afrontado –para decirlo con Saramago– “el factor dios”. Su crítica a Mahoma resultó para muchos ofensiva, blasfema, irresponsable cuando menos. Y hay un paso muy pequeño de estas acusaciones a las de islamofobia y racismo. El fascismo va de soi, se desprende por sí mismo como una fruta madura: que se lo digan a los cadáveres de Theo van Gogh y de Pim Fortuyn.

Islamofobia. El filósofo francés Pascal Bruckner ha señalado con agudeza lo confuso del término: mezcla hábilmente los conceptos de raza y religión, de manera que permite abortar cualquier debate de ideas al confundirlo con el combate antirracista. El mismo Bruckner ha salido al paso del más reciente intento de descrédito: el escritor holandés Ian Buruma y el periodista británico Timothy Garton Ash han calificado a Hirsi Ali de “fundamentalista de la Ilustración”. Con todos sus respetos, naturalmente. Bruckner ha desenmascarado la burda maniobra de acusar a quienes se rebelan contra la barbarie de ser unos bárbaros ellos mismos. Es la táctica de la equivalencia: el adjetivo –fundamentalista– coloca al fanatismo islámico en pie de igualdad con la lucha por los principios racionales. Nada nuevo. Otra vez la equidistancia, otra vez esa renuncia al juicio moral que Hannah Arendt señalaba en el origen de la banalidad del mal.

Bruckner no es el único que habla de una forma sutil de desdén, del desprecio que abriga esta tolerancia al asumir que ciertas comunidades son incapaces de modernizarse. Unos meses antes de que la ex diputada se refiriera a ello en su libro –“No nos nieguen el derecho a tener también nuestro Voltaire”–, el filósofo esloveno Slavoj Zizek escribía: “¿Qué ocurriría si sometiéramos al islamismo, junto con todas las demás religiones, a un análisis crítico, respetuoso pero, por esta misma razón, no menos implacable? Éste, y sólo éste, es el medio de mostrar un respeto auténtico por los musulmanes: tratarlos seriamente como adultos responsables de sus creencias”. Antes de eso, sin embargo, será preciso llegar a la sala de máquinas de la conciencia culpable de Occidente y recuperar el rumbo hacia una ética ilustrada por la que Hirsi Ali preferiría no tener que morir.

Para nosotros, los descreídos de Rousseau, que nos lamentamos de vez en cuando con Nietzsche y como él nos conformamos con una mirada, “una sola mirada a un hombre que justifique a el hombre”, Hirsi Ali es, con su prodigioso proceso de autoconstrucción, ese caso afortunado en razón del cual nos parece lícito conservar la fe en el género humano.

» Todo sobre la autora, en El País
» Ayaan Hirsi Ali en Wikipedia

agosto 05, 2007

Ideas para el siglo XXI (VI)


PROBLEMA: Desigualdad entre sexos


El segundo sexo
Stephen Lewis


La organización global más importante no ha reconocido aún la batalla más importante del mundo: la lucha por los derechos de la mujer.

Naciones Unidas tiene ante sí la recomendación de un grupo de alto nivel sobre la reforma de la ONU para crear un nuevo organismo internacional dedicado a las mujeres. Nunca, en los 62 años de historia de Naciones Unidas, había existido una oportunidad semejante. Se puede decir, sin temor a equivocarse, que la lucha por la igualdad entre sexos es la batalla más importante del planeta. Y, si logramos que se cree un organismo dedicado a las mujeres, con el apoyo firme del nuevo secretario general (para muchos, ésa será la prueba de fuego de su mandato), la aprobación de la Asamblea General y el respaldo de los grupos de mujeres en todo el mundo, quizá dispondremos, por fin, de una entidad de peso para ayudar a cambiar su vida en todas partes.


El nuevo organismo estaría dirigido por un subsecretario general –que se escogería entre personalidades de cualquier zona del mundo, sin restricciones– y debería tener, al menos, mil millones de dólares anuales para empezar, además del mandato de establecer programas específicos para las mujeres en cada sitio. Tendría que estar formado por expertos en cuestiones femeninas, y no por la mezcla variopinta de generalistas de muchos de los organismos que hoy se limitan a dar la imagen de que impulsan los temas de igualdad de sexos.

El Día Internacional de la Mujer –el 8 de marzo– estuvo lleno de gritos de angustia y llamamientos a la acción dirigidos a Naciones Unidas. Los grandes personajes de la comunidad de la ONU, en un discurso detrás de otro, llamaron la atención sobre el maremágnum de injusticias que se cometen contra ellas, desde los atroces niveles de mortalidad materna, pasando por los datos aterradores sobre violencia sexual, hasta la vulnerabilidad de mujeres y niñas frente a la pandemia del VIH/sida. Todos los discursos reconocieron que ha habido ligeros avances, pero subrayaron que todavía queda mucho camino por recorrer.

Ese camino será más corto, sin duda, si logramos crear el organismo dedicado a las mujeres. Son demasiadas las que han visto su mundo fatalmente diezmado por la pobreza, la enfermedad y el conflicto en medio de la pasmosa indiferencia de los varones. Un organismo para ellas no será una panacea instantánea, pero sí nos dará la oportunidad de cambiar la situación de desigualdad entre los sexos.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Stephen Lewis fue enviado especial de la ONU para el VIH/sida en África.

agosto 03, 2007

Libros ciudadanos para el verano (V)

Título: Abierto a todas horas
Autor : Félix de Azúa
Edit. : Alfaguara


Crítica del libro por Ramón González Férriz:

A día de hoy, los libros de ensayos cívicos de Félix de Azúa bien podrían leerse como el contrapunto de una generación que ocupó el poder a principios de los ochenta y lo abandonó a finales de los noventa sin que ninguno de los dos episodios, the rise o the fall, le llevara a poner en duda sus principios intelectuales. Las excepciones abundan –y tengo para mí que la de Azúa es la más descollante–, pero como él mismo señalara en un artículo de febrero de 2005 (“Borrón y cuenta nueva”, El País), los jóvenes antifranquistas que por méritos propios obtuvieron en su día la responsabilidad de ocupar ministerios y museos, cátedras y redacciones de periódicos, tendieron a creer que su formación ideológica les eximía de todo error en su gestión, y que finalmente sus actos estaban revestidos de una armadura moral e histórica que convertía en “fachas” –la palabra es de Azúa en el mencionado artículo– a todos quienes discreparan de ellos.


En El aprendizaje de la decepción (1989), Salidas de tono (1996), Lecturas compulsivas (1998), Diccionario de las artes (1999), La invención de Caín (1999) y Esplendor y nada (2006), Azúa ha ido rastreando oblicua pero persistentemente las consecuencias de esa incapacidad crítica en los asuntos que más le incumben. Y en todos ellos ha detectado, no por casualidad, una coincidente tendencia al espectáculo. Así la política, por ejemplo, se ha convertido para Azúa en un juego de poderosos que simulan tener ideas revolucionarias, del mismo modo en que los arquitectos y artistas ya no crean casas u obras de arte sino lucidos homenajes a quienes se las encargan, especialmente si es con fondos públicos. Y algo semejante podría decirse de la literatura, actividad que en el espacio común ha quedado prácticamente reducida a las fotos que se toman los funcionarios junto a los poetas. Todo ello, pues, un mero apéndice del que en el fondo es el único espectáculo que importa, el mayor espectáculo de todos los tiempos: el Poder.

Naturalmente, Azúa no ha circunscrito todos estos síntomas a la época en que su generación detentó la hegemonía; en realidad, ha ido elucidando todos y cada uno de sus precedentes en su extenso análisis de la modernidad, que seguramente sea su tema y, en última instancia, el armazón sobre el que se sostienen todas sus visiones sobre el presente y su propia biografía intelectual. Desde su temprano estudio sobre Diderot (La paradoja del primitivo, 1983), sus ensayos de Baudelaire (1992) o sus frecuentes referencias a momentos de las ideas como el romanticismo, las vanguardias o la deconstrucción, ha ido trazando –con las “contradicciones propias de quien nunca ha pretendido trabajar sistemáticamente un interrogante teórico”– su particular mapa de los tres últimos siglos, un mapa que podría condensarse en las complejas relaciones que, como elementos fundadores de la modernidad, han mantenido el campo y la ciudad, la burguesía y los artistas, la tecnología y Benjamin, la burocracia del Estado moderno y Kafka. Es decir, todas esas oposiciones entre las que se debatió el proyecto ilustrado hasta que, como comentan hoy hasta las revistas del corazón, llegó el mayo del 68 y se lo merendó. Todavía nos estamos repartiendo las sobras.

Abierto a todas horas, pese a la novedad de su gestación –es una colección de los posts escritos en su blog a lo largo sobre todo de 2006– no deja de ser uno de esos libros de ensayos cívicos, y como tal aparecen en él los temas habituales del autor. Sin embargo, y como advierte Azúa en el Prólogo, puede que el libro sea una nueva aproximación a lo mismo, pero él no es el mismo, puesto que ya se ha puesto “el disfraz que se usa en exclusiva en los terceros actos definitivos, aquellos en los que ya no se sale a saludar tras la caída del telón porque el teatro está vacío”. Aunque esta afirmación pueda parecer una coquetería de pensador maduro, es cierto que en Abierto a todas horas hay nuevas señales, o por lo menos una exacerbación de las que ya hemos ido conociendo: Azúa, como siempre a partir de fragmentos, se desplaza por el espectáculo político – “el cinismo de quienes se benefician de los tiranos y luego los arrojan al estercolero cuando ya no los necesitan”–, por los acontecimientos culturales –“Ya he visto la gran exposición que el Louvre dedica a Ingres. Menudo palo”– y también por los libros y la prensa. Y sin embargo, y con el precedente de Esplendor y nada, hay aquí, más que nunca, estampas del natural, observaciones de la vida urbana, incluso una peculiar atención a dos asuntos propios de sabios ociosos: los animales y la música.

No es que Azúa se haya convertido de repente en un escritor contemplativo. Sigue siendo beligerante e ilustrado, burlón y curioso, pero a diferencia de Finkielkraut –al que sigue en estas páginas– o de Glucksmann, de Hitchens o de cualquier otro de los escritores cuya trayectoria se ha ido separando de la mayoritaria entre sus viejos colegas, parece preferir no utilizar la indignación como recurso intelectual y refugiarse más bien en un distanciamiento irónico, posibilista y, por qué no, levemente retirado. Como dice en estas páginas, hace años era impensable que la disciplina de la que es profesor, la estética, fuera a convertirse en la más prestigiosa de los departamentos de filosofía, pero también era impensable asumir que todo, y esencialmente la vida pública y la relación con la verdad, sería un asunto meramente estético. Abierto a todas horas desvela así que, dado que la obra de un intelectual independiente casi nunca logra rozar las meninges de los poderosos a los que critica, tal vez lo mejor sea apartar por un rato la mirada hacia una gata que pare, pasear por las ciudades y escuchar a Beethoven a través de unos altavoces chinos. Y después, claro, seguir con la discusión de siempre.

» Leer prólogo del libro (en formato PDF)
» Blog del autor en El Boomeran(g)
» Félix de Azúa en Wikipedia

Manifiesto por la libertad de expresión


Las Juventudes Liberales nos proponen lo siguiente:


Una revista de humor ha sido secuestrada por orden judicial, algo muy grave en una democracia. El fiscal pretende demostrar que el semanario “El Jueves” pudo cometer delito por injuriar a la Corona y menoscabar el prestigio de esta institución.

Independientemente de la opinión que nos merezca la actuación del fiscal y del juez, estamos convencidos de que existen artículos en nuestro código penal que restringen la libertad de expresión, y que deberían de ser abolidos. Entre ellos los dos artículos que supuestamente violó la publicación secuestrada. Soportamos leyes que parecen provenir de una época anterior, en la que no estaba permitido reírse de Dios, la Patria y la Corona. Las confesiones religiosas, los símbolos de la Nación y la Corona no deben ser la excusa para reprimir la libertad de expresión. Este derecho individual está por encima de todos los demás valores e instituciones que pretende defender el código penal condenando a prisión a los bufones.

Además, nos invitan a firmar su manifiesto que defiende el derecho a reírse de Dios, de la Patria, del Rey y de las Cortes.

» Ver manifiesto por la libertad de expresión