julio 27, 2007

Ideas para el siglo XXI (V)


PROBLEMA: Extremismo religioso


Una solución radical
Scott Appleby


Demasiadas amenazas actuales tienen sus raíces en la religión. Necesitamos una alianza capaz de separar el bien del mal.

La proliferación de la ideología y el poder religiosos –un fenómeno que se extiende por todo el mundo, desde Bagdad hasta Roma, desde Teherán hasta Jerusalén, desde Kabul hasta Washington– está elevando el conflicto corriente a un nivel espiritual y apocalíptico que intensifica su potencial destructivo. ¿Cómo podemos enfriar los ánimos? O, dicho de otra forma, ¿cómo podemos contrarrestar la retórica del choque de civilizaciones y neutralizar a los radicales intolerantes?


El mundo necesita una ofensiva religiosa que no ofenda. Nuestro laico aparato de política exterior ha ignorado tradicionalmente la religión, confiando, sin resultados, en que así desaparecería. Pero el mundo musulmán, desde África occidental hasta el sureste asiático, se apoya en la religión. Para que se forjen alianzas significativas entre sociedades que han tenido choques recientes o que albergan resentimientos históricos, la religión –nos guste o no– debe tener un papel fundamental. Y ningún acercamiento entre pueblos puede ser más eficaz que una alianza entre musulmanes y católicos.

Los más cínicos pueden pensar que es una locura promover una alianza entre religiones que han sido fuentes de intolerancia y conflicto internacional. Ese pesimismo no viene al caso. Los musulmanes y los católicos constituyen las dos comunidades religiosas más grandes del mundo, cada una con más de mil millones de fieles. Son agrupaciones con pluralidad interna, dotadas de recursos sin explorar para la resolución de conflictos y la reducción de la violencia y que están esforzándose por encontrar una forma de convivir, una con otra y con el llamado mundo laico. No son enemigas inevitables del progreso; quienes insisten en esa idea están atrapados en sus propios estereotipos gastados. El desarrollo de unas relaciones duraderas de tipo profesional, personal e institucional entre las comunidades musulmana y católica es una tarea difícil pero necesaria.

El trabajo de cooperación podría comenzar de forma modesta, como proyecto cultural y educativo, patrocinado de forma conjunta por grandes organizaciones cívicas, católicas y musulmanas. Esa colaboración inicial podría derivar en desarrollar un equipo de equipos internacional e interdisciplinario: estudiosos, intelectuales y líderes religiosos católicos y musulmanes que, entre todos, construirían una relación de hermandad y conocimiento mutuo. Serían embajadores culturales y religiosos de facto, dotados del arma más importante en el arsenal del diplomático: la comprensión.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Scott Appleby dirige desde la cátedra John M. Regan Jr. el Instituto Joan B. Kroc de Estudios Internacionales para la Paz y es profesor de Historia en la Universidad de Nôtre Dame (Indiana, EE UU).

julio 25, 2007

Libros ciudadanos para el verano (IV)

Título: Los naturaleza humana
Autor : Jesús Mosterín
Edit. : Espasa Calpe


Crítica del libro por Javier Sanpedro: "Ética para un homo sapiens"

Hace treinta años, cuando le preguntaron su opinión sobre el marxismo, el biólogo Edward O. Wilson respondió: "Bella teoría. Especie equivocada". Una bella frase pronunciada en el momento equivocado. Wilson, investigador de los insectos sociales y creador de la sociobiología, se convirtió pronto en la bestia negra de la izquierda científica norteamericana, y no por sus ideas políticas, sino por atreverse a extender a la especie humana lo que es cierto de todas las demás especies del planeta Tierra: que su psicología y su comportamiento social son producto de la evolución biológica, y por tanto están muy influidos por los genes. Pero Wilson, por desgracia para los ideólogos de todo signo, tenía razón.


Da este nuevo libro una visión panorámica de la naturaleza humana, de cómo la evolución ha dado forma a nuestro cerebro, y de lo mucho que ello importa para nuestra vida, nuestra ética y nuestra organización política. La mitad de este libro es más bien biología, y la otra mitad es más bien filosofía, pero no hay que ser biólogo ni filósofo para leer ninguna de las dos. Ni siquiera es necesario tener un especial interés por esas dos materias, porque el verdadero asunto de este libro es usted: un homo sapiens bombardeado por opiniones ajenas y contradictorias sobre el respeto a las otras culturas, el encaje de los nacionalismos, las políticas lingüísticas, la relación entre Iglesia y Estado, la discriminación de la mujer, el modelo educativo y los riesgos del progreso científico, por no hablar de temas como la selección genética de los hijos, la sedación de los enfermos terminales, la eutanasia y el suicidio asistido.

Con independencia de lo que usted piense sobre todos estos asuntos, lo más probable es que los expertos dictámenes e inviolables principios que haya oído sobre ellos estén lastrados por el mito de que el ser humano nace vacío de talentos y libre de instintos, y de que su naturaleza es el producto de la comunidad cultural, religiosa o política en que se educa, y de la que absorbe sus valores sin más guía que la razón pura. No somos esa especie de ángeles, y no podemos seguir basando en ese mito nuestras ideas éticas, sociales y políticas: por muy buenas que sean éstas, corremos el riesgo de aplicarlas a la especie equivocada y verlas estrelladas contra el duro cemento de la realidad biológica.

Ignorar los hechos es el mayor pecado en ciencia, y ya va siendo hora de que también lo sea en las ciencias humanas.

El filósofo Jesús Mosterín no cree que sea posible pensar con claridad sobre todas esas cuestiones sin saber antes quién es el que piensa -un producto imperfecto de la evolución biológica-, y sin reconocer que la libertad, la lengua, la cultura y la religión son atributos del cerebro de cada individuo, y por tanto no pueden atribuirse a la nación ni a la comunidad cultural donde se alojan los individuos. Y para eso ha escrito este libro, para mostrarle cuál es su verdadera naturaleza, lector, y para permitirle de este modo una discusión serena y racional de todos aquellos grandes principios que le pueden estar amargando la vida. Y la muerte.

Si "el ser humano se volverá mejor cuando le enseñes cómo es", como dejó escrito Anton Chéjov, este ensayo filosófico puede convertirse en el libro de autoayuda más eficaz de su estantería.

Una rama de la física, la temperatura de un cazo de agua no es más que el promedio de la agitación de cada una de las moléculas de agua. La temperatura es una abstracción útil, pero no tiene una existencia propia: sólo existen moléculas individuales, cada una moviéndose a su aire. El pensamiento de Mosterín se basa en una especie de ética estadística. La nación, la comunidad, el pueblo y otros grupos son meras entidades estadísticas.

No tienen cerebro, y por tanto no pueden tener libertad, cultura, lengua ni religión, que son atributos del cerebro y sólo pertenecen a cada individuo. El error de los nacionalismos, las religiones y las ideologías totalitarias es que pretenden encajar a los individuos en un molde colectivo -la cultura del pueblo, la religión del país, la lengua de la nación-, cuando son los moldes los que deben adaptarse a los individuos, y no al revés.

Éste es un libro que debería interesar a todo tipo de lector, incluido el lector apresurado: si tiene poco tiempo, le recomiendo empezar por el capítulo 9 y seguir hasta el final. Puede que entonces se dé cuenta de que no tenía tanta prisa, y decida leer también los ocho primeros. Bello libro. Y especie correcta.

» Ver entrevista a Jesús Mosterín en El País

julio 23, 2007

Ideas para el siglo XXI (IV)


PROBLEMA: Las desigualdades


Un exceso de riqueza
Howard Gardner


Al dejar que los mercados controlen nuestros destinos, hemos perdido la perspectiva de lo que significa ser “suficientemente rico”.

Desde el comienzo de la civilización, los mercados han sido ubicuos. Muchos se han beneficiado de su claridad y eficacia. Pero hay dos opiniones muy comunes sobre ellos –que es mejor que no estén regulados y que son intrínsecamente benignos– que resultan ingenuas y anticuadas. La verdad es que todos los mercados necesitan cierto grado de regulación, y que lo normal es que haya ganadores y perdedores, algo tan probable como el hecho de que la economía de mercado beneficie a todos.


En Estados Unidos, para mucha gente –quizá la mayoría–, los mercados son sagrados. Los estadounidenses, en general, no pueden ni imaginarse una sociedad que no gire en torno a un mercado libre. Al hablar con ellos (sobre todo, con los jóvenes), mi equipo de investigación se ha encontrado con que está muy extendida la idea de que cualquier intervención del Gobierno es mala, que el indicador más exacto del éxito es el volumen de dinero acumulado y que, en general, la mejor forma de saber cuánto vale una persona es saber cuánto dinero tiene; a excepción, quizá, de los magistrados del Tribunal Supremo. A la gente le cuesta creer que los consejeros delegados de empresas y las estrellas del deporte, antes, no ganaban millones, que la tasa impositiva marginal de las rentas altas era superior al 90% y que algunas personas pueden vivir felices sin necesidad de numerosos coches, casas y colegios privados.

La acumulación y transmisión de riqueza de una generación a otra en Estados Unidos ha ido demasiado lejos. Cuando un joven gestor de fondos de protección puede llevarse a casa una suma que recuerda al PIB de un país pequeño, es que algo no va bien. Cuando un empresario hecho a sí mismo puede acumular dinero suficiente como para comprar ese país, es que algo está realmente mal. Es imposible negar que el fundamentalismo de mercado ha ido demasiado lejos.

Hay dos maneras modestas y generosas de cambiar esta situación. En primer lugar, no debería permitirse que una persona pueda llevarse a casa una cantidad más de cien veces superior a lo que gana un trabajador medio de su país al año. Si éste gana 40.000 dólares, la persona que tenga un salario mayor debe tener un límite de cuatro millones. Todo lo que pase de esa cantidad debe regalarlo a alguna causa humanitaria o devolverlo al Gobierno, como donación general o para que se dedique a una partida concreta.

Segundo, no debería permitirse que una persona acumule un patrimonio más de cincuenta veces superior a la renta anual permitida. Es decir, en el caso anterior, nadie debería poder dejar a sus beneficiarios más de doscientos millones de dólares. Todo lo que pasara de ahí debería ir a parar a causas humanitarias o al Gobierno.

A quien considere que están mal esas limitaciones a la riqueza personal, le recuerdo que, hace sólo 50 años, esta propuesta habría parecido razonable e incluso generosa. Nuestros criterios para decidir cuánto es suficiente se han vuelto irracionalmente avariciosos. Si estas ideas se llevaran a la práctica, estoy seguro de que se aceptarían a una velocidad asombrosa, y la gente se preguntaría por qué no habían estado siempre en vigor.

Como sociedad, transmitiríamos una señal inequívoca de que creemos que no debe permitirse que ninguna persona ni familia acumule una riqueza sin límites. Además, podríamos usar esos miles de millones de dólares –seguramente, billones– para empezar a resolver los problemas de los que otros están escribiendo en esta serie de soluciones para salvar el mundo.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Howard Gardner es catedrático de Conocimiento y Educación en la Escuela de Posgrado de Ciencias de la Educación de Harvard (EE UU).

julio 21, 2007

Secuestro de El Jueves



Nota de El Jueves:
¿20 de Julio de 2007?

Escribimos esta nota el viernes, 20 de Julio de 2007, a las 19h. Tenemos la redacción llena de medios de comunicación que nos preguntan el por qué del secuestro de la revista. No sabemos qué responderles. El Jueves ha publicado decenas, cientos de dibujos sobre la familia real (y sobre políticos, famosos, la ETA y todo lo que se mueve). Incluso hemos publicado un libro, TOCANDO LOS BORBONES, un tomazo de 350 páginas que recopilaba los dibujos más divertidos.

Somos humoristas gráficos y trabajamos conscientes de que nuestra obligación, lo que nos piden los lectores, es que exploremos el límite de la libertad de expresión. Podemos aceptar que, incluso, en alguna ocasión, lo podamos traspasar . Gajes del oficio. Si nos pasamos para eso están los tribunales pero... ¿un secuestro? ¿la policía recorriendo los quioscos de todo el país retirando nuestra revista? ¿De verdad escribimos esto el 20 de Julio del 2007?

» Ver página web de El Jueves

julio 19, 2007

Libros ciudadanos para el verano (III)

Título: Los enemigos del comercio
Autor : Antonio Escohotado
Edit. : (en elaboración)




Fragmento de entrevista a Antonio Escohotado:

- ¿Qué proyecto editorial tiene ahora entre manos?
- Estoy terminando un libro que se llama Los enemigos del comercio, una historia en profundidad del comunismo. Hasta ahora me parece que no se había abordado con suficiente seriedad el tema. Pero me está costando una barbaridad, llevo trabajando en él ocho años.


- ¿Y qué quiere reflejar en esta obra?
- Empiezo con Jesucristo y Juan Bautista, que son los primeros comunistas. Y trato de entender el fenómeno. Es lo interesante, en vez de simplemente decir 'estoy a favor' o 'estoy en contra'. Nunca me ha gustado decir eso de nada. Es mejor saber.

» Leer "Los enemigos del comercio" en la página web del autor

julio 17, 2007

Ideas para el siglo XXI (III)


PROBLEMA: Calentamiento global

450 formas de frenar el cambio climático
Bill McKibben


Es innegable que la Tierra está calentándose. Lo que hay que hacer ahora es trazar un límite.

El número más importante en la Tierra es, casi con seguridad, el 450. Y casi con la misma seguridad puede decirse que no es una cifra que tenga mucho significado para la mayoría de los políticos. Al menos, no por ahora.

Cualquiera que no tenga una seria manía ideológica sabe ya, a estas alturas, que el calentamiento global es un problema cada vez más cercano. Incluso en Estados Unidos, por fin, empiezan a borrarse los efectos de 20 años de desinformación por parte del sector energético: los huracanes Katrina y Gore han disipado la mayor parte de las dudas. Pero son muchos menos los que se hacen cargo de la auténtica magnitud del problema y de la velocidad a la que puede echársenos encima.


Para explicarlo brevemente: antes de la Revolución Industrial, la concentración atmosférica de dióxido de carbono era de casi 280 partes por millón. El CO2, por su estructura molecular, regula la cantidad de energía solar que se queda atrapada en el fino envoltorio de nuestra atmósfera. Marte, que tiene muy poco, es un planeta frío; Venus, que tiene mucho, es un infierno. Nosotros estábamos en el lugar ideal, que permitió que la civilización humana se desarrollase. Sin embargo, a medida que quemábamos carbón, gas y petróleo, el dióxido de carbono extra producido por esa combustión empezó a acumularse en la atmósfera. A finales de los 50, cuando empezó a medirse, tenía unas concentraciones atmosféricas ya superiores a las 315 partes por millón.Ahora, esa cifra es de 380 partes por millón, y crece cada vez con más rapidez: desde hace unos años, añadimos alrededor de 2 partes por millón anuales. Y, como era de prever, la temperatura ha empezado a aumentar.

Hace 20 años, cuando la opinión pública empezó a ser consciente del calentamiento global, nadie sabía exactamente cuánto dióxido de carbono era demasiado. Los primeros modelos climáticos elaborados por ordenador predijeron lo que podía ocurrir si se duplicaba el volumen de CO2 en la atmósfera, hasta 550 partes por millón. Pero en los últimos años, los especialistas se han mostrado inclinados a colocar el límite de peligro alrededor de las 450 partes por millón. Ése es el punto en el que el climatólogo más destacado de Estados Unidos, James Hansen, de la NASA, ha dicho que tenemos que detenernos si queremos evitar que la temperatura aumente más de dos grados Celsius. ¿Por qué es un número mágico el de dos grados? Porque, por lo que sabemos, ése es el punto en el que el deshielo de las capas de la Antártida y Groenlandia sería rápido e irrevocable. Sólo el hielo que cubre Groenlandia haría que el nivel del mar subiera unos siete metros, más que suficiente para cambiar la Tierra de forma casi irreconocible.

Hasta ahora, los esfuerzos diplomáticos para tomar medidas enérgicas sobre el cambio climático se han visto obstruidos por un par de factores. Uno, la absoluta intransigencia de EE UU, donde el 5% de la población mundial produce la cuarta parte del dióxido de carbono del planeta. Incluso suponiendo que el próximo presidente se decida a emprender un nuevo rumbo, las negociaciones internacionales que entonces puedan reanudarse seguirán entorpecidas por falta de un objetivo real y comprensible. En el Tratado de Kioto era tan importante el proceso como el resultado, puesto que se trataba de empezar a construir la infraestructura para un sistema internacional de controles del carbono. Pero aún no se daban las condiciones para fijar un objetivo real, urgente y definitivo.

"En lugar de vagas promesas sobre tomar en serio el cambio climático, necesitamos cifras"

Ahora ya ha llegado el momento. En vez de vagas promesas, lo que necesitamos son cifras. Será muy difícil parar en el límite de 450 partes por millón; hará falta un cambio tecnológico y social a gran escala, con las inversiones de capital económico y político que implica una transformación de ese tipo.

Y aunque consigamos aunar la voluntad política, eso no resolverá el problema: la Tierra seguirá calentándose, con consecuencias muy graves, por no decir catastróficas. Ahora bien, sin un objetivo tan fácil de vigilar como la media del Dow Jones o el volumen del PIB, las posibilidades de progresar de manera clara y centrada son casi nulas. En el futuro será fácil identificar a los hombres y mujeres de Estado: serán los que lleven una pequeña insignia que diga “450” en la solapa. En cierto sentido, ése es quizá el único número que importa.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Bill McKibben es profesor en Middlebury College (Vermont, EE UU). Es autor de Deep Economy (Times Books, Nueva York, 2007).

julio 13, 2007

Libros ciudadanos para el verano (II)

Título: Tratado de ateología
Autor : Michel Onfray
Edit. : Anagrama



Entrevista a Michel Onfray (El País):"Los hombres se inventan dioses para no mirar la realidad"

Michel Onfray es un filósofo atípico. De entrada, porque escribe con incontinencia periodística. Nacido en 1959 lleva publicada una treintena de libros, algunos de los cuales auténticos éxitos editoriales dentro de una disciplina que los pone siempre bajo sospecha. De su Antimanuel de philosophie (Bréal, 2001) vendió 100.000 ejemplares y del Traité d'athéologie (Grasset, 2005), que ahora se traduce al castellano, más de 200.000 encontraron comprador en las librerías francesas. "Hay gente a la que agrada escuchar la palabra de un ateo en medio de tanta música gregoriana", resume Onfray. Porque, según él, estamos viviendo en pleno retorno de lo religioso. "Basta con abrir la televisión. ¿Qué vemos? A Bush rezando, a Bin Laden hablando de erradicar a los impíos, a Sarkozy refiriéndose a su cultura católica, a gente debatiendo sobre si hay o no que tolerar el velo o pañuelo islámico en institutos...". La polémica sobre las caricaturas de Mahoma ratifica su diagnóstico. Pero Onfray es también atípico porque hace ya algunos años decidió abandonar la carrera académica y el prestigio de las cátedras para filosofar en pantuflas desde su Université Populaire, en Caen. "Imparto dos horas de clase todos los martes, de seis a ocho de la tarde, ante 600 personas. Entrada libre, sin matrícula ni título a la salida", nos explica Onfray. "Cuando empecé lo hice ante 50 personas. Solo. Sin presupuesto. Ahora somos nueve profesores. Ofrecemos cursos de cine, de filosofía para niños, de psicología, de arte contemporáneo, de historia".


La duda ante la audiencia obtenida por Onfray -no sólo se venden sus libros sino que sus clases son editadas por una discográfica- pasa por saber si las instituciones oficiales le hubieran impedido encontrar el mismo eco. Una emisora pública emite sus clases. Una discográfica se ha comprometido a editar 144 horas de sus discursos filosóficos y ya lleva 6.000 discos vendidos. "Si siguiera trabajando dentro del Ministerio de Educación debería respetar un programa, unos autores, unos conceptos, preparar a los alumnos para superar unos exámenes de acuerdo con unas determinadas fórmulas... todo eso está bien pero hay mucha gente que satisface esa demanda, que se adapta al molde. En el Ministerio te dejan enseñar la filosofía como quieres, pero sólo oficialmente porque hay que hablar de Platón, de Aristóteles, de todos los grandes autores, antiguos y modernos... no queda tiempo para adentrarse en otros terrenos". Y él prefiere hablar de La Metrie, Feuerbach y Holbach en vez de Rousseau, Diderot y Voltaire. "Y del abate Jean Meslier, de quien sólo se publicaron sus memorias una vez hubo muerto, puesto que las dedicó a demostrar la inexistencia de Dios. Meslier escribe que es partidario de 'ahorcar a todos los nobles con los intestinos de todos los capellanes". El tremendismo criminal de la fórmula divierte a Onfray, sobre todo por venir de quien viene.

Onfray dedica muchas más páginas a arremeter contra los tres grandes monoteísmos que a construir su alternativa atea. Y el cristianismo y el islam le soliviantan mucho más que el judaísmo. "El judaísmo está pensado para salvar a la propia nación. No tiene la furia asesina de las otras dos religiones respecto a los que considera infieles". Eso sí, los tres monoteísmos comparten idéntica "pulsión de muerte. ¡Para merecer la vida eterna nos exigen que vivamos como si ya estuviésemos muertos!: prohibidos los placeres, prohibidos los deseos, las pulsiones, el cuerpo". Insoportable para un hombre que se autodefine como un "materialista epicúreo" y que ha escrito libros con títulos que, traducidos, darían La razón golosa, El arte del placer, Teoría del cuerpo amoroso, La invención del placer o Magias anatómicas. Su descubrimiento de que otra filosofía es posible "se la debo a Lucrecio. De él aprendí la posibilidad de una moral sin necesidad de Dios y trascendencia. Los hombres se inventan dioses porque no son capaces de mirar la realidad cara a cara".

El éxito de sus últimos libros se lo explica "porque la gente está harta de tanta religión, del discurso cristiano. Creo que revela el sentimiento de la época. Como las novelas de Houellebecq, corresponde a un deseo y a una realidad. Y en el caso del Antimanuel debo decir que también juega a mi favor descubrir autores que la filosofía oficial oculta o minusvalora". En un primer momento el editor del Tratado de ateología no creyó en la viabilidad comercial ni en el interés del libro. "Me decía que el título era viejo, que remitía a la época de la III República, a una tradición anticlerical que ya no tenía razón de ser. ¡Sin darse cuenta él mismo parecía estar defendiendo la necesidad de dejar a Dios tranquilo!". La necesidad de trascendencia, de darle a la existencia un valor superior, le irrita: "Mi colega Luc Ferry ya se ocupa de ello. O George Steiner, que es muy bueno en ese tipo de reflexión. Yo no veo ninguna contradicción en ser Spinoza y panteísta. El atomismo, desde Demócrito, ya nos ahorra las explicaciones trascendentes. Steiner utiliza el arte, la satisfacción o el placer que produce el arte, para hablar de Dios. Pero el arte es algo tangible, la belleza no tiene nada que ver con la divinidad y sí con el sistema neurovegetativo. Existen muchos pensadores marginales, subversivos, divertidos, a los que les agrada reír, comer y beber, gente que ha sabido vivir, que son enamorados de la vida, del amor, de la amistad bajo todas sus formas. Basta con recordar a Aristipo de Cirene y la gente de su escuela, a Diógenes y los cínicos, a Gassendi y su elogio del libertinaje, a Jacques La Mettrie, a Diderot, Helvétius, a Charles Fourier o a Raoul Vaneigem y los situacionistas... ¡la lista es larga!".

En el libro, que cuenta con una buena bibliografía pero sin sentirse obligado a llenar el texto de notas, Onfray parece sintonizar con el marqués de Sade que, en un poema, llegaba a quejarse de que Dios no existiese porque eso le impedía insultarle. "Lo peor de libros como la Biblia o el Corán es que ahí se puede encontrar todo y su contrario, las proclamas de misericordia y la instigación al crimen. El Corán es de una violencia extraordinaria respecto a los que considera infieles. De acuerdo, la gente del Libro, judíos y cristianos, pueden vivir en territorio musulmán -es la tolerancia conocida como dhimma- y de eso presumen imanes y mollahs, pero no dicen que, durante siglos, esa mansedumbre para quienes no le rezan cinco veces al día a Alá sólo se aplicaba si pagaban la gizya, que también pudiera llamarse extorsión o impuesto revolucionario. Es la protección que te ofrecen las mafias. La descripción misma que se hace en el Corán del paraíso debiera poner en evidencia el carácter perverso de una religión que, en el otro mundo, te premia con carne de cerdo, mujeres y efebos en abundancia, te libera de plegarias, te augura borracheras en abundancia, con vino y carne servida en vajillas de oro... Es decir, la vida de cada día tiene que ser miserable y repleta de prohibiciones para tener luego acceso a la orgía perpetua. ¡Extraña lógica religiosa esa que determina que en el paraíso deja de ser pecado todo lo que lo era en este valle de lágrimas!".

El trato dispensado a la mujer por las tres grandes religiones monoteístas -los judíos prohíben a la mujer estudiar la Torah, los cristianos la hacen hija de una modesta costilla del macho Adán, los musulmanes no sólo le impiden mostrar el cabello o la piel de brazos y piernas sino que, legalmente, valoran su testimonio en la mitad de lo que vale uno masculino- hace que Onfray diga que "para ellas la mujer está de más. Es la tentación perpetua, simboliza todos los excesos -de placer, de deseo, de pasión, de irracionalidad, de sexo- y está ahí como un personaje de segunda categoría: Dios prefiere a los hombres".

Octavi Martí

julio 12, 2007

10 años - Miguel Ángel Blanco

Ideas para el siglo XXI (II)


PROBLEMA: Medicina para los pobres


Una idea muy sencilla
Sebastian Mallaby


La mitad del mundo muere de enfermedades para las que hay cura. He aquí una solución gratis.

Entre todas esas ideas que no cuentan con el reconocimiento suficiente, mi favorita es la de Jean Lanjouw, economista de la Universidad de California en Berkeley que murió hace dos años. Pretendía mejorar la oferta de medicamentos en los países pobres, y el coste de la medida era exactamente cero. Además, a diferencia de la mayoría de los planes para mejorar el mundo, no necesitaba tratados, cumbres ni una compleja coordinación internacional.


Desde hace cinco años, se ha avanzado en dos de los frentes del problema de falta de fármacos en los países menos favorecidos. El primero es el hecho de que, aunque existen desde hace tiempo vacunas contra enfermedades como la polio, la fiebre amarilla y la hepatitis B, muchos de esos países no tienen dinero para comprarlas y, durante los 90, los fabricantes dejaron de producirlas. La solución a esta falta de poder adquisitivo es costosa, pero simple: numerosos donantes, encabezados por la Fundación Bill y Melinda Gates, comienzan a aportar dinero a un fondo para comprar vacunas.

El segundo aspecto tiene que ver con la inexistencia de incentivos para que las compañías farmacéuticas creen nuevas curas para las enfermedades de pobres. Casi todo el trabajo de desarrollo farmacéutico en el mundo está centrado en la salud de los ricos: de los 1.233 medicamentos aprobados entre 1975 y 1997, sólo 13 tenían como objetivo curar las enfermedades tropicales. En este caso, la solución consiste en compromisos de compra por adelantado, por los que los donantes prometen adquirir un número determinado de dosis de una medicina a un precio establecido. La primera de estas promesas se hizo en febrero y fue para comprar remedios contra las infecciones por neumococo, causa de la neumonía y la meningitis, que mata a 1,6 millones de personas cada año.

La idea de Lanjouw pretende resolver un tercer aspecto de ese rompecabezas, como es la disponibilidad de medicamentos. Su objetivo son males que afectan a todos por igual, tanto en los países ricos como en los pobres. En el caso de estas afecciones –dolencias cardiacas, cáncer, diabetes–, hay incentivos para crear nuevos fármacos, pero escasas probabilidades de que lleguen a los pacientes más necesitados, porque están protegidos por patentes y, gracias a la política comercial de EE UU, las patentes defienden el monopolio de los inventores, incluso en los países en vías de desarrollo, lo cual significa que allí no puede comprarlos nadie.

Aquí llega la solución de Lanjouw: enmendar la ley de patentes de EE UU de tal forma que el inventor de un fármaco, a cambio de tener protegida su patente en el mercado estadounidense, renuncie a sus derechos en los Estados con una renta per cápita inferior, por ejemplo, a 1.000 dólares al año (unos ochocientos euros). Eso no eliminaría los incentivos para desarrollar fármacos, porque los innovadores seguirían obteniendo los beneficios del monopolio en los mercados ricos.

Lanjouw propuso esta enmienda hace unos seis años, pero nunca se puso en marcha. Al principio, las empresas farmacéuticas no querían saber nada sobre menoscabar los derechos de propiedad intelectual. Después, la Fundación Gates, patrocinadora de ideas innovadoras en la política mundial de salud, también se mostró reacia a la idea, al parecer por la creencia equivocada de que enfermedades como las cardiacas son poco frecuentes en los países pobres. Y luego, en 2005, Lanjouw contrajo un cáncer muy raro. Las enfermedades extrañas no atraen inversiones farmacéuticas, así que las curas escasean. Jean lo entendía mejor que nadie.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Sebastian Mallaby dirige el Centro Maurice Greenberg de Estudios Geoeconómicos en el Consejo de Relaciones Exteriores de Washington (EE UU).

julio 11, 2007

Libros ciudadanos para el verano (I)

Título: El regreso del húligan
Autor : Norman Manea
Edit. : Tusquets


Primero, siendo un niño, tuvo que montar en el tren de ganado en el que le metieron los nazis rumanos y tuvo que soportar el internamiento en el campo de concentración de Transnistria, Ucrania. Después, adolescente, tuvo que soportar el terror totalitario de los comunistas: sus mentiras, sus miserias y sus crímenes. Y más tarde, siendo ya un escritor incómodo para el régimen de Ceaucescu, consiguió salir de Rumania con rumbo a Berlín y luego vivir como profesor universitario en los Estados Unidos. Y más recientemente, siendo un escritor de éxito, volvió brevemente a una Rumania que pertenecía, por fin, al mundo libre, después de más de medio siglo de terror totalitario: fascista, primero, y comunista, después. En El regreso del húligan, Norman Manea cuenta, sobre la base de esa vuelta a Rumania, la historia de su vida y la historia de la vida de sus padres, judíos integrados en la vida civil de un país que nunca ha conseguido convivir con los judíos, siempre vistos como extraños, como enemigos. Apresados y asesinados por los nazis; hábilmente ayudados a partir al exilio de Israel por los comunistas.


Norman Manea expone en El regreso del húligan las dudas que se le plantean en su breve regreso a Rumania: el reencuentro, sí, con los que fueron sus amigos; pero también el reencuentro con quienes fueron sus enemigos, descabalgados, pero no del todo, del poder, y con quienes se han convertido recientemente en sus enemigos, los nacionalistas, que no toleran que nadie les toque a sus nuevos ídolos intelectuales, los que apoyaron a la guardia de hierro fascista, Mircea Eliade y compañía. Norman Manea pone su historia en paralelo con la de Mihail Sebastian (1907-1945), escritor, judío, rumano, disidente, y en especial con las reflexiones de su Diario (1935-1944) (Destino), un libro que conviene tener a mano mientras se lee El regreso del húligan. Reencuentro feliz con su lengua, su gran obsesión, tras el secuestro de la neolengua comunista. Y reencuentro, también y sobre todo, con una catarata de recuerdos. Infelices, casi siempre: el recuerdo de su madre, una mujer potente que siempre deseaba marcharse pero que siempre acababa quedándose, a la que no pudo acompañar en el momento de su muerte, pese a las promesas pronunciadas en silencio; el recuerdo de su padre, humillado una y otra vez, encarcelado, alienado; los recuerdos de sus miserias en el paraíso socialista, que no era precisamente un paraíso, como adolescente utilizado por el partido, como ingeniero incapaz y como escritor castrado y espiado, por amigos y por enemigos; como comunista rechazado por negarse a las pamemas del régimen y como intelectual rechazado por los intelectuales oficiales y como judío rechazado por no obedecer las consignas del judaísmo tolerado. Reencuentro con el apestado que Norman Manea había llegado a creer que era: hasta caer en la enfermedad mental.

Sí, hay algunos instantes felices en este texto: los amores, aunque furtivos y a menudo culposos; las colas para conseguir un libro de escasa tirada en las librerías estatales; la fiesta de su cincuenta cumpleaños; algunas victorias mínimas sobre la burocracia socialista; algunos reconocimientos sinceros; algún sabor..., pero son gotas que apenas refrescan un pasado angustioso: kafkiano. También Milan Kundera se refiere continuamente a Kafka, pensando en el paraíso socialista de Chescoslovaquia, aunque no sólo. Y Aharon Appelfeld, en su Historia de una vida (Península): la obra de Kafka no era para él literatura de ficción sino su propia biografía, cómo se había convertido en un insecto.

El regreso del húligan es un libro alborotado, construido, voluntariamente, sin demasiadas reglas: no hay orden narrativo, ni cronológico. Pero sí hay un orden moral, que señala directamente hacia el Mal, hacia el odio, hacia el racismo, hacia el totalitarismo. Norman Manea buscaba darle una forma natural a su libro, y a veces parece vomitado, y así se entiende su sabor agrio. Y que a menudo se sienta la sangre. Hay transcripciones de las grabaciones que le hizo a su madre, cuando ya estaba enferma y ciega. Hay recreaciones de su vida antes de su nacimiento, basadas en testimonios recogidos y en documentos. Hay un texto que hizo escribir a su padre sobre su propia vida, maravilloso en su concisión sintáctica y brutal en su significado: el padre de Norman Manea es un gran ser humano, destruido. Hay fragmentos del diario que Norman Manea llevo en su regreso a Rumania, y es en esas notas donde una parte de su discurso, el más paranoico, puede ser cuestionado. Y recreaciones de las entrevistas que tuvo que soportar cuando quería salir de su país. Y conversaciones con sus amigos: con Philip (Roth), con Saul (Bellow). Y bocetos de ficción fantástica, en los que en los Estados Unidos todos pasan de utilizar la lengua inglesa a usar la lengua rumana. Y episodios muy novelescos, en la tradición del carnaval, con Mijaíl Bajtin: casi Hasek, casi Hrabal. Y hay pura historia: hechos que te rompen en mil pedazos.

El regreso del húligan no es un libro perfecto, ni quiere serlo, pero es un libro verdadero: todo lo que escribe Norman Manea, sobre el exilio o sobre el amor o sobre la mentira o sobre el acoso social o sobre los intelectuales, es lo que piensa Norman Manea y responde a una construcción ética del mundo, en la que la libertad es sagrada y debe ser preservada. Un libro brutal, y necesario.

Félix Romeo

julio 10, 2007

Nunca olvidaremos

Hoy se cumplen DIEZ AÑOS del secuestro de MIGUEL ÁNGEL BLANCO. Os proponemos estos emotivos vídeos como homenaje y rememoración de aquellos días amargos, como los que se vivieron en los infernales sanfermines del 97, en los que la gente se quitaba (mejor, se arrancaba) los pañuelos rojos del cuello para colgarlos por miles en las verjas de las puertas del Ayuntamiento de Pamplona con impotencia, como si de un conjuro se tratara para evitar lo que no se pudo evitar.

julio 09, 2007

Ideas para el siglo XXI (I)


PROBLEMA: Los dictadores


Una Carta Magna mundial
Gari Kaspárov


Cuando las democracias contemporizan con los dictadores, los peores regímenes del mundo consiguen salir impunes incluso del asesinato

El mundo civilizado está en peligro. Hezbolá, Irán y Corea del Norte siguen existiendo sin que se les pidan muchas cuentas por el peligro que representan. Se da la bienvenida a la diplomacia a terroristas y dictadores, a pesar de su absoluto desprecio, e incluso odio, hacia la civilización occidental. El compromiso y el apaciguamiento están fracasando, como siempre. Es preciso un nuevo marco que sustituya los viejos acuerdos y estructuras que rigen la diplomacia mundial. Y no me refiero a la reforma de la ONU, una organización tan anticuada que hasta las sugerencias para reformarla se han quedado ya viejas. Naciones Unidas se creó para congelar una crisis –la guerra fría–, no para resolverla. La actual no es fría, sino caliente, y no es por territorios, ideologías ni comercio: es por el valor de la vida humana.


El mundo necesita una nueva organización basada en una Carta Magna global, una declaración de derechos humanos inalienables que todos los países reconozcan. Sin ellos, nos vemos arrastrados al mínimo denominador común. El comunismo cayó derrotado no por el relativismo moral y las largas reuniones, sino gracias a la oposición de dirigentes firmes y de moralidad inmutable, unida a la superioridad creciente de la tecnología y el nivel de vida de Occidente.

"Los valores consagrados en una nueva Carta Magna deben defenderse como si fueran fronteras, porque es lo que son"

Mis partidas de ajedrez contra diversas generaciones de ordenadores me hicieron ver que es imposible detener la marcha de la tecnología. El afortunado periodo que hemos vivido, en el que las armas de destrucción masiva (ADM) son increíblemente caras y difíciles de fabricar, llega a su fin. No existe una solución única para impedir la proliferación del terrorismo y las ADM, pero debemos reconocer que no hay solución posible con los mecanismos actuales. Hay países que hablan de democracia y luego firman acuerdos secretos con aliados estratégicos que no hacen ningún caso de los valores demoque acabarse. Es preciso un frente común de sanciones estrictas y estratégicas combinadas con paquetes de ayuda para que funcionen los incentivos del palo y la zanahoria. También hay que mantener las intervenciones militares conjuntas para proteger vidas humanas. Hay que defender los valores consagrados en esa nueva Carta Magna como si fueran fronteras, porque es lo que son.

Hoy, los países que valoran la democracia y la vida controlan la mayor parte de los recursos mundiales, así como su poder militar. Si se unen y se niegan a mimar a los regímenes sin escrúpulos y que patrocinan el terrorismo, su autoridad será irresistible. Su riqueza combinada puede financiar nuevas tecnologías para remediar su adicción al petróleo, que ahora otorga poder a muchos terroristas y dictadores.

El objetivo de ese pacto no sería construir muros para aislar a los millones de personas que viven bajo regímenes autoritarios. Todo lo contrario, consistiría en comportarse como auténticos dirigentes y dar ejemplo, además de incentivos concretos para hacer que se respeten los derechos humanos. No hay más que ver cómo el acicate de la entrada en la Unión Europea ha promovido reformas radicales en toda Europa del Este. Ese modelo debe repetirse a escala mundial.

En el famoso discurso que pronunció en 1946 en Fulton (Missouri, EE UU), Winston Churchill advirtió que la recién creada ONU debía ser “una fuerza para actuar, y no sólo una serie de palabras superficiales”. Hoy vemos que no hicieron caso de sus advertencias. Los llamados líderes del mundo libre hablan de promover la democracia mientras tratan a los dirigentes de los regímenes más autocráticos como iguales. Una Carta Magna mundial prohibiría esta hipocresía y ofrecería un poderoso incentivo para la reforma. Las políticas de compromiso han fracasado en todas las instancias y en todos los rincones. Ha llegado ya la hora de reconocer ese fracaso e intentar una nueva vía.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Gari Kaspárov es presidente del Frente Civil Unido en Rusia. Fue campeón mundial de ajedrez durante más de veinte años.

julio 04, 2007

Conferencia de prensa tras el 2º congreso de C's



2 de julio de 2007

julio 02, 2007

El segundo paso de la ciudadanía

Una alternativa que surge hace dos años en Cataluña y se materializa un año después en un partido político de ámbito nacional, contra el secuestro de la democracia por los partidos mayoritarios y los nacionalismos periféricos, empeñados en convertirla en un “corralito” particular en el que no entran los intereses de los ciudadanos ni contempla la resolución de sus problemas, no puede cohesionarse en tan poco tiempo; precisa de un obligado primer paso de afirmación y conocimiento entre impulsores y seguidores, entre los aspirantes a liderar la acción política -previo consenso- entre las bases y los referentes que éstos eligen para transmitir el proyecto que se propone a la ciudadanía.

Si se añade la hostilidad con que la clase política y mediática constituida reaccionó desde su aparición en el terreno del juego político, la dificultad adquirió proporciones desmedidas que han amenazado la viabilidad de la alternativa ciudadana.


El segundo paso que Ciudadanos tenía que dar para consolidar su espacio político y la concreción del ideario con el que se presenta a la ciudadanía, ha coincidido con el segundo Congreso que se celebró en Barcelona el 30 de junio y 1 de julio pasados.

El Congreso se abrió lastrado por una deficiente gestión interna que los congresistas reprobaron y con una lucha de poder que empezó a gestarse después del triunfo electoral en las elecciones autonómicas de Cataluña del 1 de noviembre de 2006 y que lanzó un órdago de recambio de sus primeros dirigentes por la descalificación de los mismos.

A este órdago, los congresistas respondieron con una repulsa tan amplia como el apoyo que otorgaron a su primer presidente al que arroparon para que siga al frente del partido con un equipo de trabajo cohesionado y a la concreción del ideario fijando la denominación de centro izquierda para el partido ciudadano.

A los acuerdos de mínimos que el Congreso fundacional aprobó el año pasado para iniciar su andadura, apremiado por las inminentes elecciones catalanas a las que el nuevo partido concurrió, le ha sucedido un Congreso de afirmación que cierra un periodo de dificultades necesarias para la clarificación política anclada por su ideario en el centro izquierda, acogedor de posturas ideológicas liberales y progresistas a la vez que excluyentes para las posturas extremas que han fracasado en el Congreso.

Libres del peso de la indefinición ideológica y de los grupos de presión interna escorados a los extremos, Ciudadanos- Partido de la Ciudadanía se presenta como la alternativa a la degeneración democrática que los ciudadanos estamos sufriendo a cargo de los políticos profesionales asentados en los poderes del Estado para su perpetuación personal y olvidados del compromiso de conducir y velar por los intereses ciudadanos, suplantados éstos por los delirios nacionalistas que acosan y vacían los presupuestos de igualdad ciudadana que nos otorga a todos la Constitución española. Los ciudadanos deciden.

Carmen C.