agosto 16, 2007

Ideas para el siglo XXI (VIII)


PROBLEMA: La moribunda democracia rusa

¡Salvemos a los rusos!
Nicholas Eberstadt


Los ciudadanos de la antigua superpotencia están muriendo en cantidades catastróficas. Por muy poco, podemos probar que no les hemos olvidado.

En los siete años transcurridos desde que Vladímir Putin llegó al poder, la población rusa padece un exceso de mortalidad. Desde 2000, han muerto de forma prematura casi 3,9 millones más de personas –un millón de mujeres y casi tres millones de hombres– de las que habrían fallecido si se hubieran mantenido las magníficas condiciones sanitarias de la época de Gorbachov. Esa cifra representa más del doble de las bajas totales que sufrió el Imperio Ruso bajo el reinado de Nicolás II en la Primera Guerra Mundial. Y otra comparación todavía más asombrosa: el número de muertes prematuras per cápita en Rusia está quizá a la altura o por encima del número de muertes por VIH/sida en el África subsahariana. Es la triste prueba de que una sociedad que es culta y urbanizada puede sufrir un declive prolongado de la salud incluso en tiempos de paz. Para eterna vergüenza de Putin, el Kremlin ha preferido ignorar la espantosa y continua hemorragia de vidas rusas que se pierden por esta enorme herida nacional. Pero eso no significa que se deba hacer lo mismo.


Salvar a millones de rusos durante los próximos decenios no sería una mera hipérbole: bastarían unas intervenciones políticas relativamente baratas para rescatar a miles cada año. La espiral de la muerte en Rusia gira, sobre todo, en torno a un tipo de fallecimientos innecesarios y prevenibles, causados por enfermedades del corazón y traumatismos graves (dos factores muy relacionados en ese país con el consumo excesivo de alcohol). ¿Por qué no dar una respuesta enérgica mediante programas de prevención cardiovascular, educación sobre el alcohol, campañas de seguridad en la carretera y la creación de equipos de urgencias en los centros urbanos de Rusia? Un reciente estudio de la Universidad Johns Hopkins (EE UU) indica que hay unas cuantas iniciativas médicas que, planeadas con inteligencia, podrían dar enorme rendimiento: las medidas de seguridad en el tráfico podrían ahorrar muertes con un coste de sólo 5 dólares al año por vida salvada; las cardioterapias con aspirina y betabloqueantes pueden hacerlo por unos veinticinco dólares, y el precio de cada deceso evitado gracias a los equipos médicos de urgencias con ambulancias no alcanza los 1.500 dólares. Una campaña internacional para salvar a los rusos no sólo tendría enormes repercusiones humanitarias, sino que permitiría cosechar dividendos políticos importantes. En un momento en el que el aislamiento de Rusia es cada vez mayor, sería un gesto simbólico importante para asegurar a sus habitantes que no les hemos olvidado. Como no debería olvidarse que la demografía y la democracia tienen su suerte mucho más unida de lo que se cree. La historia contemporánea muestra una sólida relación entre el tipo de gobierno y la salud de los gobernados. Las democracias constitucionales, que incluyen el respeto a la vida de sus ciudadanos, están obligadas a proteger y cuidar a la gente de una manera totalmente distinta a las autocracias y las dictaduras. Considerar las vidas humanas como algo importante –y catalizar más voces políticas en favor de ese sentimiento dentro de Rusia– puede ser un primer paso para reavivar el proyecto democrático del país.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Nicholas Eberstadt ocupa la cátedra Henry Wendt de Economía Política en el American Enterprise Institute de Washington (EE UU) y es asesor principal en la Oficina Nacional de Investigaciones sobre Asia.

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