julio 12, 2007

Ideas para el siglo XXI (II)


PROBLEMA: Medicina para los pobres


Una idea muy sencilla
Sebastian Mallaby


La mitad del mundo muere de enfermedades para las que hay cura. He aquí una solución gratis.

Entre todas esas ideas que no cuentan con el reconocimiento suficiente, mi favorita es la de Jean Lanjouw, economista de la Universidad de California en Berkeley que murió hace dos años. Pretendía mejorar la oferta de medicamentos en los países pobres, y el coste de la medida era exactamente cero. Además, a diferencia de la mayoría de los planes para mejorar el mundo, no necesitaba tratados, cumbres ni una compleja coordinación internacional.


Desde hace cinco años, se ha avanzado en dos de los frentes del problema de falta de fármacos en los países menos favorecidos. El primero es el hecho de que, aunque existen desde hace tiempo vacunas contra enfermedades como la polio, la fiebre amarilla y la hepatitis B, muchos de esos países no tienen dinero para comprarlas y, durante los 90, los fabricantes dejaron de producirlas. La solución a esta falta de poder adquisitivo es costosa, pero simple: numerosos donantes, encabezados por la Fundación Bill y Melinda Gates, comienzan a aportar dinero a un fondo para comprar vacunas.

El segundo aspecto tiene que ver con la inexistencia de incentivos para que las compañías farmacéuticas creen nuevas curas para las enfermedades de pobres. Casi todo el trabajo de desarrollo farmacéutico en el mundo está centrado en la salud de los ricos: de los 1.233 medicamentos aprobados entre 1975 y 1997, sólo 13 tenían como objetivo curar las enfermedades tropicales. En este caso, la solución consiste en compromisos de compra por adelantado, por los que los donantes prometen adquirir un número determinado de dosis de una medicina a un precio establecido. La primera de estas promesas se hizo en febrero y fue para comprar remedios contra las infecciones por neumococo, causa de la neumonía y la meningitis, que mata a 1,6 millones de personas cada año.

La idea de Lanjouw pretende resolver un tercer aspecto de ese rompecabezas, como es la disponibilidad de medicamentos. Su objetivo son males que afectan a todos por igual, tanto en los países ricos como en los pobres. En el caso de estas afecciones –dolencias cardiacas, cáncer, diabetes–, hay incentivos para crear nuevos fármacos, pero escasas probabilidades de que lleguen a los pacientes más necesitados, porque están protegidos por patentes y, gracias a la política comercial de EE UU, las patentes defienden el monopolio de los inventores, incluso en los países en vías de desarrollo, lo cual significa que allí no puede comprarlos nadie.

Aquí llega la solución de Lanjouw: enmendar la ley de patentes de EE UU de tal forma que el inventor de un fármaco, a cambio de tener protegida su patente en el mercado estadounidense, renuncie a sus derechos en los Estados con una renta per cápita inferior, por ejemplo, a 1.000 dólares al año (unos ochocientos euros). Eso no eliminaría los incentivos para desarrollar fármacos, porque los innovadores seguirían obteniendo los beneficios del monopolio en los mercados ricos.

Lanjouw propuso esta enmienda hace unos seis años, pero nunca se puso en marcha. Al principio, las empresas farmacéuticas no querían saber nada sobre menoscabar los derechos de propiedad intelectual. Después, la Fundación Gates, patrocinadora de ideas innovadoras en la política mundial de salud, también se mostró reacia a la idea, al parecer por la creencia equivocada de que enfermedades como las cardiacas son poco frecuentes en los países pobres. Y luego, en 2005, Lanjouw contrajo un cáncer muy raro. Las enfermedades extrañas no atraen inversiones farmacéuticas, así que las curas escasean. Jean lo entendía mejor que nadie.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Sebastian Mallaby dirige el Centro Maurice Greenberg de Estudios Geoeconómicos en el Consejo de Relaciones Exteriores de Washington (EE UU).

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