julio 23, 2007

Ideas para el siglo XXI (IV)


PROBLEMA: Las desigualdades


Un exceso de riqueza
Howard Gardner


Al dejar que los mercados controlen nuestros destinos, hemos perdido la perspectiva de lo que significa ser “suficientemente rico”.

Desde el comienzo de la civilización, los mercados han sido ubicuos. Muchos se han beneficiado de su claridad y eficacia. Pero hay dos opiniones muy comunes sobre ellos –que es mejor que no estén regulados y que son intrínsecamente benignos– que resultan ingenuas y anticuadas. La verdad es que todos los mercados necesitan cierto grado de regulación, y que lo normal es que haya ganadores y perdedores, algo tan probable como el hecho de que la economía de mercado beneficie a todos.


En Estados Unidos, para mucha gente –quizá la mayoría–, los mercados son sagrados. Los estadounidenses, en general, no pueden ni imaginarse una sociedad que no gire en torno a un mercado libre. Al hablar con ellos (sobre todo, con los jóvenes), mi equipo de investigación se ha encontrado con que está muy extendida la idea de que cualquier intervención del Gobierno es mala, que el indicador más exacto del éxito es el volumen de dinero acumulado y que, en general, la mejor forma de saber cuánto vale una persona es saber cuánto dinero tiene; a excepción, quizá, de los magistrados del Tribunal Supremo. A la gente le cuesta creer que los consejeros delegados de empresas y las estrellas del deporte, antes, no ganaban millones, que la tasa impositiva marginal de las rentas altas era superior al 90% y que algunas personas pueden vivir felices sin necesidad de numerosos coches, casas y colegios privados.

La acumulación y transmisión de riqueza de una generación a otra en Estados Unidos ha ido demasiado lejos. Cuando un joven gestor de fondos de protección puede llevarse a casa una suma que recuerda al PIB de un país pequeño, es que algo no va bien. Cuando un empresario hecho a sí mismo puede acumular dinero suficiente como para comprar ese país, es que algo está realmente mal. Es imposible negar que el fundamentalismo de mercado ha ido demasiado lejos.

Hay dos maneras modestas y generosas de cambiar esta situación. En primer lugar, no debería permitirse que una persona pueda llevarse a casa una cantidad más de cien veces superior a lo que gana un trabajador medio de su país al año. Si éste gana 40.000 dólares, la persona que tenga un salario mayor debe tener un límite de cuatro millones. Todo lo que pase de esa cantidad debe regalarlo a alguna causa humanitaria o devolverlo al Gobierno, como donación general o para que se dedique a una partida concreta.

Segundo, no debería permitirse que una persona acumule un patrimonio más de cincuenta veces superior a la renta anual permitida. Es decir, en el caso anterior, nadie debería poder dejar a sus beneficiarios más de doscientos millones de dólares. Todo lo que pasara de ahí debería ir a parar a causas humanitarias o al Gobierno.

A quien considere que están mal esas limitaciones a la riqueza personal, le recuerdo que, hace sólo 50 años, esta propuesta habría parecido razonable e incluso generosa. Nuestros criterios para decidir cuánto es suficiente se han vuelto irracionalmente avariciosos. Si estas ideas se llevaran a la práctica, estoy seguro de que se aceptarían a una velocidad asombrosa, y la gente se preguntaría por qué no habían estado siempre en vigor.

Como sociedad, transmitiríamos una señal inequívoca de que creemos que no debe permitirse que ninguna persona ni familia acumule una riqueza sin límites. Además, podríamos usar esos miles de millones de dólares –seguramente, billones– para empezar a resolver los problemas de los que otros están escribiendo en esta serie de soluciones para salvar el mundo.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Howard Gardner es catedrático de Conocimiento y Educación en la Escuela de Posgrado de Ciencias de la Educación de Harvard (EE UU).

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