Un factor funcional
Un debate sobre la viabilidad actual de una suerte de patriotismo constitucional es inseparable de la consideración de las funciones que puede cumplir en una sociedad como la española. La primera de esas funciones sería la de hacer más fácil la vida de un Estado que va a prolongar su vida en un proceso de integración europea que no aparece como antagónico con unos proyectos de Estado-nación, sino como complementario de ellos. La vida del Estado y de la sociedad españoles a lo largo de este proceso de integración europea necesita de un soporte comunitario que es la idea de nación española y del correspondiente sentimiento de identificación con ella que puede aportar un proyecto de patriotismo constitucional. El desarrollo histórico de los Estados europeos demanda esa construcción que es la nación política, entendida como comunidad de ciudadanos en que se asientan los grandes proyectos políticos que pueden interesar a las sociedades europeas en los inicios del siglo XXI.
Quizá el rumbo de los estudios politológicos e históricos de las últimas décadas ha contribuido a despistar sobre el carácter de los materiales sobre los que se construye esa realidad nacional. Lo cierto es que desde las primeras revoluciones liberales, la nación responde más a esta idea de comunidad política de los ciudadanos que aceptan unas reglas de juego liberal-democráticas para su convivencia que a una idea de comunidad étnica, el otro gran estímulo de la idea nacional. En la medida en que este sentido liberal de la idea de nación engarza con la obra de los Estados
modernos, constructores de un adelanto de esa idea, hay argumentos para revisar la tendencia moderna a ver los genuinos hechos nacionales como el resultado, poco menos que exclusivo, de la politización de unos datos culturales. Contra la pretensión de los nacionalismos periféricos españoles de que ellos representan genuinas realidades nacionales confrontadas con una realidad estatal a la que quedaría reducida España, habrá que aceptar la legítima existencia de una nación española, fruto de la acción de un Estado moderno y de una revolución liberal, que se ha abierto, con el paso del tiempo, al reconocimiento de unas nacionalidades culturales fruto del segundo momento histórico de la construcción de los hechos nacionales. Una situación de pluralidad que, en el marco de unos principios de lealtades compartidas, pluralismo cultural y tolerancia, aspira a encontrar una convivencia razonable.
El patriotismo constitucional que haga explícita esa actitud de reconocimiento e identificación con la nación española habrá de ser considerado como un dato normal y funcional para la vida de una sociedad y un Estado que, como los españoles, demandan ese sustrato nacional para su vida, sin justificar una polémica en torno a una idea en la que deben coincidir los grandes partidos de ámbito estatal. La gran cuestión es armonizar esta idea de nación cívica española y el consiguiente patriotismo constitucional a su servicio, con la existencia de otras lealtades de signo nacional existentes en la vida española. Creo que en este terreno cabe demandar al patriotismo constitucional otra de sus funciones. No es realista pensar que la resolución del contencioso nacional presente en nuestra vida pública se alcance mediante el ocultamiento de algunas de las realidades nacionales que conforman ese contencioso. Este camino ya fue intentado por el nacionalismo español en las últimas décadas del siglo XIX y en los inicios del siglo XX, negando la existencia a unos emergentes
nacionalismos de base cultural en Cataluña y el País Vasco. Se trata de un camino rectificado en la II República y rectificado todavía de modo más explícito tras el restablecimiento de la democracia en España. Es un camino, sin embargo, por el que han transitado los nacionalismos periféricos en las últimas décadas, empeñados en no reconocer el estatuto nacional de España dentro de su proyecto.
Desde la perspectiva española de conjunto se ha aceptado en ocasiones, al menos tácitamente, la vigencia de este planteamiento de los nacionalismos periféricos, oscureciendo la realidad nacional española en un intento de facilitar la integración de estos nacionalismos. Creo que, con la perspectiva del tiempo transcurrido, se ha podido comprobar lo equivocado de esta estrategia. El encogimiento de un patriotismo de signo español se ha saldado con una expansión de los nacionalismos periféricos que no ha contribuido a hacer más real el reconocimiento de la auténtica pluralidad de España. Una pluralidad que no es el resultado, como en ocasiones parece argumentarse desde la perspectiva de los nacionalismos catalán, vasco y gallego, de la mera coexistencia de un proyecto de 'Galeuzca' con el resto de España o Castilla, sino de la convivencia de una idea de nación política española con la existencia de otras nacionalidades culturales surgidas dentro de ella. En la medida que el patriotismo constitucional español contribuya a poner de manifiesto esta realidad, hay que considerarlo un factor funcional para la definitiva superación del problema.
Andrés de Blas Guerrero
Catedrático de Teoría del Estado de la UNED
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