marzo 30, 2007

Los buenos no son tan malos

Perdonen la insistencia, pero me parece insensato el maniqueísmo que infecta, cada vez más, la política española. El potente imán del odio atrae todas las diversidades posibles hacia una polaridad inevitable. Individualmente, los españoles parecemos capaces de tener ideas propias y diferenciarnos según nuestro criterio personal, pero la suma colectiva solo da para dos bandos excluyentes y agresivos.


Puede aducirse que lo mismo sucede en Francia con la escisión entre izquierdas y derechas, pero el sistema francés es presidencialista y a dos vueltas, de modo que la polarización es justo lo que se busca. Malraux añadía otro dato más significativo para nosotros: en sus memorias recuerda la cólera de De Gaulle cuando le cayó la responsabilidad de restaurar la democracia, al constatar la mezquindad de los jefes de partido. Los años pasados en Gran Bretaña le habían familiarizado con el sistema anglosajón en el que los políticos son servidores públicos y trabajan por el bienestar de todos los ciudadanos. De Gaulle ignoraba, dice Malraux, "que nuestra democracia es un combate entre partidos y que Francia solo juega un papel subordinado".

Algo así puede decirse de la situación española. La democracia ha ido resbalando hacia un mero choque entre partidos cada uno de los cuales lucha por su beneficio y menosprecia a los ciudadanos. Eso explica que puedan permitirse insensateces como la mentira sistemática sobre un atentado con cientos de muertos como hace el PP (no importa la verdad, sino la victoria del partido), pero también una negociación con terroristas sin antes obtener un acuerdo de Estado con la oposición (lo que la hace peligrosísima porque no parece buscar la pacificación, sino la reelección de Zapatero). En ambos casos los partidos no trabajan por el bienestar de la nación, sino por el suyo propio y el de su clientela.

El resultado es lamentable: quizá todos sean de izquierdas o de derechas, categorías metafísicas, pero se diría que ninguno es demócrata porque el odio destruye el fundamento de la libertad, que es la razón.

Félix de Azúa

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