marzo 28, 2007

Algunos apuntes sobre el referéndum, vulgo plebiscito

La escasa participación en la reciente consulta en referéndum en Andalucía sobre el acuerdo o desacuerdo con la reforma de su Estatuto de Autonomía, donde cuatro de cada seis andaluces con derecho a voto se quedó en su casa, me ha llevado a intentar aportar algún dato que nos ayude a entender la actitud de los responsables políticos ante el ridículo índice de participación, pasando sobre el asunto más que de puntillas, sobre las ascuas del gran asado que quiso ser y que quedó en humilde barbacoa.


Pues bien, parece ser que los plebiscitos, según Arthur Lipow en Political Parties and Democracy, aunque aparecidos con Bonaparte, se dieron sobre todo en periodo de entreguerras para dirimir asuntos de soberanía ligados a cuestiones territoriales, votando sobre un estatuto propio de tipo legal pero con implicaciones internacionales que se iban resolviendo con el correspondiente trágala por parte de la Sociedad de Naciones. Según describe este mismo autor, antes de esto, el sostén del imperio francés era el pequeño campesinado, aislado geográficamente entre sí, muy poco cohesionado y fragmentado. Debido a su aislamiento carecía de conciencia de clase, incapaz así de organizarse. A través de caciques locales, con la ayuda de la incomunicación, se les presentaba puntualmente la ocasión de pronunciarse sobre cuestiones ya decididas por el Emperador.

En la Francia Imperial, en Italia y Alemania, sus connotaciones fueron a menudo muy negativas: Napoleón III, Mussolini, Hitler. El propio Franco por sus Fueros. El plebiscito es un voto de confianza en relación con las políticas del Gobierno. Es la quintaesencia de la política cesarista, caudillo de un país que anhela en masa su dirección.

En el caso del referéndum la cosa es distinta. A.V. Dices, abogado constitucionalista inglés de finales del XIX ya aconseja la deliberación pública y comprensible para el ciudadano medio previa a la consulta. Digamos que en este caso la consulta ha sido lanzada tras un debate público previo en el que la oposición, a través de sus cauces organizativos, participa, de manera que prácticamente todo el pueblo representado ha tenido ocasión de participar en el debate.

Los defensores a ultranza de la consulta se basan en la experiencia suiza del referéndum “Nacionalista Puro”.En Suiza el referéndum destaca como continuo instrumento de consulta política para las cuestiones más variopintas pero también a menudo trascendentales siendo, con creces, el país que más hace uso de él. Italia y, ya más distanciados, los países nórdicos, en especial Dinamarca, completan la lista de los europeos más aficionados En el extremo opuesto al suizo tenemos el caso de los Países Bajos, donde el referéndum está prohibido a nivel nacional por considerar que hurta la auténtica soberanía de los representantes parlamentarios elegidos por el pueblo. Su menor empleo por parte de otros países como los del arco anglosajón o Alemania y España y Portugal completan la lista por abajo y, aunque por motivos heterogéneos según qué países, reservan el referéndum a algunos asuntos de alta política, sobre todo con motivo de la ratificación de algunos tratados internacionales.(The Referendum experience in Europe, ed. de Michael Gallager y Vicenzo Ulari)

Pero resulta que las cosas no son siempre blancas o negras sino que en situaciones de crisis la esencia de la democracia directa puede verse pervertida. Ocurre que ciertas formas de consulta popular en una democracia sirven para constreñir las tendencias oligárquicas del sistema, lo que ayuda a mantenerlas bajo control, mientras que en un régimen no democrático donde no existe una oposición organizada se convierte en un instrumento que fuerza la legitimación de las decisiones del gobierno que lo convoca. El plebiscitarianismo encuentra su mejor caldo de cultivo en sociedades aisladas en sus individuos tal como la de hoy en día. Individuos que carecen de medios que permitan la participación en el debate y comprendan lo que se les pregunta.

En nuestra sociedad actual podríamos estar hablando de aislamiento social e inhibición ante lo público, por apatía, comodidad, egoísmo o desinterés por la política, a fuerza de alejarse la clase dirigente de los asuntos que preocupan de verdad al ciudadano. De vez en cuando, caso de Francia, las conciencias colectivas despiertan y se posicionan contra todo pronóstico, en una consulta popular de gran calado.

En otras sociedades que no nos son tan ajenas a los españoles quizás hablamos de auténticos nuevos caudillos que suplantan la antigua alternancia del corrupto sistema parlamentario con discursos populistas y de exaltación patriótica.

Algunos datos para reflexionar.

M.M.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por el artículo, M.M, nos recuerda que votar no es sinónimo de democracia