agosto 20, 2007

Ideas para el siglo XXI (IX)


PROBLEMA: El fracaso de la ayuda exterior

Financiar lo que funciona
Esther Duflo


El problema no es que seamos demasiado generosos o demasiado tacaños: lo que necesitamos es ayudar a los pobres a que se ayuden a sí mismos.

Todo el mundo es bastante cínico a propósito de la ayuda exterior. Los contribuyentes de los países desarrollados se quejan de que el dinero, muchas veces, se gasta en unos aparatos burocráticos desmesurados y acaba en las cuentas en Suiza de dictadores de países subdesarrollados o se malgasta en proyectos bienintencionados pero inútiles. A los pobres les molesta el uso de la ayuda como instrumento para comprar apoyo político, su falta de control sobre ella, las modas a las que está sometida y su carga administrativa.


Para responder a esa situación, algunos críticos sugieren que se deje de ofrecer ayuda. Pero renunciar a la solidaridad humana esencial es moralmente inaceptable y políticamente peligroso. Transmitiría un mensaje muy negativo a los más desfavorecidos del mundo. Otros, por el contrario, dicen que la ayuda exterior debería multiplicarse, hacer un gran esfuerzo para erradicar la pobreza de todo el planeta. Pero, por desgracia, nuestra capacidad de recaudar grandes cantidades de dinero para ayuda y de gastar bien esas sumas no ha sido nunca demasiado brillante.

La solución consiste en reformar la manera de asignar la ayuda exterior. En primer lugar, una parte debería destinarse a facilitar a los Estados la prueba y valoración de los problemas de sus habitantes más pobres. La mayor parte del resto (excluida la ayuda para catástrofes) serviría para subvencionar la ampliación de proyectos que hayan demostrado su eficacia. Aquellos que muestren la voluntad de poner en práctica proyectos incluidos en una lista aprobada tendrían derecho a la ayuda económica y técnica necesaria. Los países que deseen el dinero para testar algo que no esté en esa lista tendrían acceso a la subvención para programas piloto, con la condición de que sus planes de evaluación fueran sensatos y aceptaran una vigilancia estricta de su aplicación. Si esta idea estuviera hoy en vigor, habría ya varios proyectos que cumplirían los requisitos para la ampliación, como el de desparasitar a los niños que viven en las regiones afectadas y el de dar incentivos a los padres para que inmunicen a sus hijos.

Según esta propuesta, la mayor parte del dinero de la ayuda se dedicaría a programas de éxito comprobado y transparente. Sería posible calcular cuántas vidas salva un proyecto concreto, por ejemplo, con lo que se acallaría el escepticismo tanto en los países ricos como en los pobres. Desaparecería la arbitrariedad con la que se escogen los países receptores y los proyectos. La financiación se condicionaría a la puesta en práctica de los mismos, lo cual evitaría el desperdicio. Y esa obligación de responsabilidad y transparencia justificaría el aumento de la ayuda, lo cual contribuiría a la lucha contra la pobreza en el mundo. Gastar el dinero de la ayuda de forma eficaz y racional es posible. Hacer gala de la voluntad política necesaria restablecería una confianza que se está perdiendo a toda velocidad.

Publicado en Foreign Policy - Edición española

Esther Duflo ocupa la cátedra Abdul Latif Jameel de Alivio de la Pobreza y Economía del Desarrollo en el MIT (Massachusetts, EE UU).

No hay comentarios: