agosto 21, 2008

Aquel otro José Montilla

José Montilla hace un uso explícitamente accidentalista del poder. Las formas son siempre accesorias; el poder es el valor definitivo. Tuvo tiempo para aprenderlo al ir aterrizando desde la izquierda más radical hasta el aeropuerto europeísta y confederalizado del PSC-PSOE. La tesis fundacional del socialismo catalán en la transición era muy descarnada: el PSC ponía la cúpula bruñida y el PSOE la mayor cantidad de votos. Funcionó, incluso en Gerona. Políticamente, Montilla y los suyos -los llamados «capitanes»- sufrieron no pocas humillaciones por parte de las mentes preclaras del PSC, gente de mucha bibliografía y poco afán de acción. Gradualmente, como una termita implacable e inasequible a la incomodidad estratégica, Montilla fue marcando terreno con paciencia solo comparable a su tan parca expresividad. Actualmente preside la Generalitat, controla las diputaciones y los grandes ayuntamientos, la totalidad de medios de comunicación públicos y tiene la complicidad de no pocos medios privados. Desde luego, lo que decía sobre la sociedad catalana siendo alcalde de Cornellá de Llobregat no es exactamente lo que dice ahora. Si antes daba la impresión de conectar con algunas mutaciones sociales que el pujolismo institucionalizado ya no percibía, hoy permanece tan blindado ante los tropismos de la sociedad que parece considerar una minucia lo que ha significado el abstencionismo en el referéndum del «Estatut».


Para el PSOE, Montilla era uno de los suyos, el hombre que iba a solucionar el ovillo enmarañado por el maragallismo. Contribuyó a la ascensión del zapaterismo después de ser del jacobinismo borrellista . Zapatero aceptó a ciegas el nuevo «Estatut» del pacto del Tinell. Se le permitió a Montilla que liquidase a Maragall, puso en el podio a Carmen Chacón, dio su aval a una política lingüística que iba en contra de los intereses de sus electores más fieles por no hablar en términos de España entera. Montilla ha convertido el PSC-PSOE en una maquinaria de poder sin líquido de frenos: lo que no tiene es un horizonte salvo el poder por el poder. Ha fagocitado al PSC, cuyo único superviviente en activo es precisamente el consejero Castells, el hombre que agita los componentes de la tributación autonómica y amenaza con no votar los presupuestos del Estado, con esa ciclotimia que fue propia de Maragall y que comparten casi todos los intelectuales de la izquierda en Barcelona. Llegar, ocupar, permanecer: la finalidad poco importa. Montilla no es un frívolo pero no le hace ascos a la introducción subrepticia de la bilateralidad en el marco constitucional de España. Eso queda muy lejos de la noción socialista de solidaridad territorial.

¿Es ese el mismo Montilla que tanto criticaba la política lingüística del pujolismo y el esencialismo del nacionalismo catalán? El lío que ha organizado en el conjunto de España acaba de tener por primer entreacto la contrapartida cedida por Zapatero a ICV -un solo diputado eco-comunista- para no tener que afrontar en la Carrera de San Jerónimo el gravísimo asunto de la financiación autonómica. Algo caro ha salido evitarle a Zapatero una comparecencia parlamentaria. Habilidad costosísima por parte del presidente del Gobierno mientras en las filas más adultas de su partido se escuchan comentarios de grosor. El sistema de estabilizadores entre el PSOE y el socialismo catalán han sido anegados por una marea de difícil retrogresión. «Cataluña no puede tensionar las costuras del Estado», dice el socialista Pérez Touriño. Poder quizás no pueda, pero lo hace sin reparo alguno.

A la CiU de Artur Mas -ya trasquilada por Zapatero durante en barullo estatutario- no se le ocurre otra cosa que alinearse con el tripartito reivindicando la financiación autonómica y si hace falta el concierto económico, después de décadas de atribuirse un buen trozo de aquella tarta que llamábamos gobernabilidad. Un Pujol que siempre, desde el último gobierno de González, defendiera a Solbes ahora sale sumándose a la glorificación de Castells. El victimismo se ha reestructurado como cartel. Hay quien aliña de nuevo las viejas ensaladas de la «sociovergencia». La ciudadanía catalana está en las playas, con cierto desconcierto y con creciente pasividad. Quién sabe hasta qué punto la tirantez entre la Moncloa y la Generalitat tiene ciertos componentes de apaño teatral. Desde luego, el episodio es poco serio, como hubiese comentado hace unos años aquel otro Montilla.

Valentí Puig

» Artículo publicado en ABC

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