junio 18, 2007

Mal acaba lo que mal empezó

Antes de finalizar invocando necesariamente el llamamiento de unidad de los demócratas sin saber para qué va a ser esa unidad, sumándonos a la consigna del momento como en su día fue la del diálogo, a la que no me sumé, quisiera repasar algunas cuestiones que pudieran dar con la clave de lo que ha pasado. Entre otras razones para facilitar en lo posible que no se repitan los errores que evidentemente se han cometido.

Hemos asistido a un proceso de negociación de inusitada duración y trascendencia donde la desinformación ha sido lo más llamativo. Nos quejábamos de la desinformación sobre la guerra de Irak y delante de nuestras narices, entusiasmada la opinión pública con el señuelo de la paz, llamada a la fe porque cualquier ejercicio de reflexión sobre lo que ocurría estaba vetado por la desinformación, se ha potenciado que ésta con fidelidad religiosa haya ido admitiendo todo el proceso de concesiones a ETA ante el escándalo y la radicalización de la mayor parte de la víctimas del terrorismo. Todo sea por la paz, en plan reina de las misses de la belleza, era lo correcto, sin apelar a que se diera una cierta información porque tal requerimiento, como cualquier crítica por educada que fuera, era condenado como un sabotaje al insigne esfuerzo de alcanzar la paz. Desinformación que se extendía no sólo a la oposición parlamentaria, lo que se excusaba diciendo que sólo quería el PP poner palos en las ruedas, sino a diputados socialistas que en el pasado habían tenido que ver en experiencias similares. Uno de ellos llegó a quejarse: “esto no es reserva de información, es opacidad”.


Ha sido un proceso para incautos, colectivo enorme al que hay que temer más que a ETA porque de su voluntarismo ingenuo y excelentes intenciones es de donde ETA se nutre para seguir perviviendo. Si fuéramos una sociedad más curtida en la participación política, en la entrega cívica, conocedora por experiencias acumuladas de las contradicciones que toda praxis política posee, más desconfiada por el conocimiento, aunque sea parcial, de las materias delicadas en las que se mete un gobierno, nada menos, en este caso, que la negociación con unos delincuentes, difícilmente nos hubiéramos dejado engatusar por un proceso de paz en el que desde el primer momento no aparecía implicado –ni se había hecho esfuerzo para ello- el partido de la oposición. Detalle, la ausencia de la oposición, que de por si invalidaba cualquier negociación con los terroristas pero que además tenía la grave consecuencia de deteriorar seriamente las relaciones entre demócratas, y que convertía automáticamente al terrorismo, por obra del que había tomado la iniciativa de iniciar la negociación, en terreno de debate político, haciendo de éste materia de partidismo. Añadiendo, además, la sospecha de que en los momentos en que se inició la negociación, momentos del pacto del Tinell, no se deseara que estuviera el PP. De paso si enajenadamente se esperaba triunfar en la negociación se usaría para hundir al PP.

Iniciaba, además, el proceso su andadura con la triunfal traca de la resolución del Congreso de los Diputados de mayo del 2005 a la que sólo le faltaba la sinfonía del “Nuevo Mundo” de Dvorak que utilizara Oliveras en su antaño y popular programa “Ustedes Son Formidables”. Formidables los terroristas, que sumidos en la agonía no tuvieron más remedio que resucitar tras los sones para aprestarse a acudir a unos encuentros con el Gobierno. Solemnes encuentros por ser nada menos que mandato de la máxima institución, renaciendo de sus cenizas por milagro del proceso emprendido, porque aparentemente ya estaban en liquidación.

Así, de esta manera, a excepción del presidente del Gobierno y de la propia ETA, todos quedaron con la sensación de vendidos. En primer lugar el PP, que aceptara el Pacto Antiterrorista a iniciativa de Zapatero cuando los que gobernaban eran ellos y que, además, estaba dando buenos resultados cuando el Congreso lo anuló. Vendidos los que empezaban a desertar de ETA (a ver quién se fía de ahora en delante de un Gobierno semejante), especialmente Pakito y todos sus compañeros de las cárceles que promovieron una campaña de renuncia de la lucha armada desde el convencimiento de que ésta no tenía sentido, demostrándoles el Congreso, el Gobierno, los partidos aplicados a esa negociación, que si ha tenido y tiene sentido. Y todos los que con anterioridad, y seducidos por la convivencia democrática, habían dejado todo atisbo de violencia, y que empezaron a ver que unos cientos de asesinatos después el Gobierno convertía a los irreductibles en interlocutores necesarios para conseguir la paz. Es de suponer el sentimiento, por otro lado, y sobre todo lo demás, de los familiares de las víctimas del terror, pues en medio de la negociación empezaron a descubrir que su sacrificio iba a carecer del sentido. No sólo se ha resucitado a ETA, se ha destrozado la convivencia democrática.

Pero superada estas cuestiones en apariencia nimias ante lo que se ha presentado como el colosal esfuerzo de la negociación por la paz (llegando a connotar que hasta el fracaso era aceptable si el objetivo es la paz, sin reconocer que el fracaso es el aliento a más violencia), la confusión del deseo con la realidad es la que ha hecho incluso que las elecciones en el País Vasco hayan sido unas elecciones para incautos deseosos de paz. Bien lo refleja la alcaldesa electa de Basauri que con expresividad manifiesta su sorpresa ante la ruptura del “alto el fuego permanente”. Hasta este rebuscado nombre que dio inicio al aparente parón terrorista –aparente, porque ETA no ha dejado de aprovechar el tiempo, a pesar de las verificaciones del Gobierno, para reorganizarse- avisaba de la posible falsedad del resto de los conceptos utilizados pero que tanto comentario laudatorio recibió, respecto a otros términos utilizados por ETA en el pasado, por especialistas en no se sabe qué. Pero hay que reconocer al presidente Zapatero una gran habilidad para mantener incauto y seducido a tanto personal durante tanto tiempo, a pesar de las cada vez más osadas acciones de ETA y sus aliados, aunque diera la sensación, al final, que no le quedaba más remedio que seguir como fuese manteniendo el señuelo del proceso.

Así como al PP le estallaron las bombas delante de las elecciones, Zapatero ha tenido la gran habilidad, concesión más o menos, de retrasar el estallido de la ruptura de la tregua a varios días después de las municipales. Quizás, al final, esto fuera lo único que le importase, el que no existiera un derrumbe electoral en el PSOE. Pero tan tamaña empresa de buscar la paz donde otros muchos habían fracasados, no fue sólo producto del capricho o la egolatría, a la que todo político tiene derecho dentro de un orden, sino que existió cierta concepción teórica de la política que le animó a meterse en tan pringoso lodazal.

Tan tamaña empresa exigía algo más que optimismo. Posiblemente fue porque partiera de una premisa teórica, la suscitada por el nacionalismo periférico extremo, la del sujeto de decisión, bajo la seductora apelación puesta de moda por Ibarretxe en “la libre decisión de los vascos a decidir su futuro”. A dicha formulación, tomada acríticamente, quizás por su exagerada apariencia democrática, aunque no lo sea, se ha sumado al mismo presidente como uno de sus defensores. Si se llegaba al acuerdo común con los terroristas de que el futuro del país Vasco y Navarra quedaba en manos de la voluntad democrática de los vascos y navarros –cosa de la que no se ha apeado ni siquiera en su comparecencia tras la ruptura de la tregua- el choque violento se resolvería democráticamente por sí mismo. Craso error.

Recientes trabajos –el de Félix Ovejero, “Contra Cromagnon”, Ruiz Soroa en su provocativamente titulado “Panfleto”, o el apuntamiento del origen del problema en El Correo del día 6 de junio por Antonio Elorza en “Consumatum Est!”- nos pueden facilitar el descubrimiento de la perversión teórica que originó la esperanza de entendimiento con los terroristas: convertir en nuevo sujeto de decisión política, en nuevo marco autónomo político, a la sociedad vasca y navarra. En estos trabajos citados, contradiciendo la hegemonía nacionalista del discurso, se formula tajante y decididamente que los sujetos de decisión no se pactan, que vienen predeterminados históricamente, que, incluso, no deja de ser una metáfora a posteriori la explicación del pacto entre el ciudadano y el Estado. Crear un nuevo sujeto de decisión supone autonomía política, y tal como trae Ruiz Soroa, citando Robert Dahl, “un derecho absoluto a la autonomía política vuelve ilegítimo a todo Estado y legaliza la anarquía”, nos daría la clave de por donde peligrosamente caminaba el posible acuerdo político. El encantador señuelo de la voluntad de los vascos a decidir su futuro, sencillamente, es una llamada al anarquismo, y su solución, también sencillamente, no tiene procedimiento democrático, sino como coherentemente piensa ETA, se dirime por la violencia. De ahí que la violencia en ETA no sea meramente un instrumento, si sinceramente desea la independencia, y creemos que si, constituye el centro de su discurso.

Lo curioso del caso, del caso español, es que hayan sido instancias del Estado, Lehendakari y, sobre todo, el propio presidente del Gobierno español, los que hayan apelado a la voluntad de los vascos a decidir su futuro, fomentando desde el marco de decisión establecido un nuevo marco de decisión escindido. Tiene una cierta coherencia en el caso de Ibarretxe, aunque se rebele contra el marco que lo designa, pero lo que carece de lógica es el pronunciamiento del presidente del Gobierno español esperando solucionar el problema del terrorismo entrando en la concepción separatista del nacionalismo vasco, y si luego corrige la capacidad de decisión de vascos y navarros -lo que acabó exasperando a los de Batasuna cuando precisó al día siguiente de su discurso en la habitación de la chimenea del Congreso que esa capacidad de decidir era en el seno de la ley-. Pues si es en el seno de la ley muy poco pueden decidir de nuevas. Tendrán que volver a la bomba sin quieren llegar a ser sujeto independiente de decisión.

Como así ha sido después de haberles facilitado un tiempo donde reorganizarse y volver de nuevo no sólo a las instituciones locales de Euskadi y Navarra, sino, lo que es peor, a ocupar la calle y erigirse en un nuevo pedestal político resultado de todos los errores cometidos. Y luego hay quien osa decir que la violencia no sirve para nada e, incluso decir, como el presidente, que ETA se equivoca si vuelve a ella. Diga lo que diga el presidente, si se ha negociado con ETA, si se le ha hecho muchas concesiones, si se ha legitimado a sus líderes, si se les ha facilitado conferencias de prensa masivas, si se llevó el asunto a Estrasburgo, es porque ETA usa la violencia. Por eso nunca se le debía haber dado ni solemnidad ni dignidad a la negociación con unos violentos anti-sistema.

Así pues, después de una vuelta a la realidad, tras una tregua que bien ha aprovechado ETA y Batasuna para reorganizarse, tras concesiones llamativas difíciles de creer hace ni siquiera un año, se vuelve al suelo y se contempla que no es posible la coincidencia teórica en la creación de un nuevo sujeto de decisión, el vasco y el navarro, so pena de cargarse el propio presidente todo el sistema con el que tanta ligereza ha jugado. Sólo hay un aspecto moderadamente positivo, los pocos muertos, sólo tres -perdonen tanta crudeza-, pero durante el mismo tiempo anterior a la tregua no hubo ninguno porque fue la policía la que se encargó de que no los hubiese. Eso sí, se ha crispado la política española hasta límites desconocidos desde la transición, se ha sacado a mucha gente a la calle con más banderas españolas enarboladas con indignación que con argumentos racionales, desatando pasiones a un ritmo preocupante.

Y, a pesar de ello, hay que volver a reclamar, cosa que algunos no hemos dejado de hacer, la unidad de los demócratas frente al terrorismo como única fórmula que funciona, aunque ese tipo de unidad frente a un enemigo común haya producido fenómenos en el pasado como el de nación, pues puede dar escrúpulo a algunos encontrarse en ella con el PP. Pero para lograr la unidad hay que abandonar el exceso de protagonismo y el aventurerismo, negar la posibilidad de réditos políticos en la operación y reconocer que esta tarea es común, aunque le pese a algunos. Y, sobre todo, que el tono de condena a ETA sea por parte del presidente algo superior, aun que sea un poquito, porque contra estos si que se desmelena, que el que usa contra los del PP, porque el dialogo hay que mimarlo precisamente con este partido y no con los terroristas. Hacer lo contrario supondría que todavía se espera, se anhela, se desea, acabar pactando con ETA, suscitando la sospecha de que lo que de verdad preocupa sea hundir al PP .

TEO URIARTE (BASTA YA)

1 comentario:

Butzer dijo...

Totalmente de acuerdo. La desinformación ha sido lo más característico de este mal llamado proceso de paz.