junio 03, 2007

Euskadi sin pausa

ANV ha obtenido 8 concejales allí. Imagino a los 3 concejales socialistas y al popular el día en que se elija el nuevo alcalde. Imagínenlos cada día de Pleno avanzando hasta llegar a la Plaza de los Gudaris –se llama así- donde se sitúa la iglesia y el Ayuntamiento imponente, y todo esto, por un trayecto lleno de carteles que son otro canto a la impunidad social de los terroristas. No va a ser nada fácil para ellos ver cómo los de Batasuna vuelven al poder sin haber condenado la violencia instrumental, crecidos y desafiantes, y con ETA dispuesta a apretar las tuercas cuando lo consideren oportuno. El cabeza de lista socialista de Hernani ha sufrido el acoso constante. Hace algunos años una turba de gentes de Batasuna que regresaba frustrada de los alrededores del Museo Txillida -porque se ve que no pudieron montar el número suficiente contra la comitiva real- estuvo a punto de lincharlo. Ocurrió en su propio barrio, donde le conocían y votaban la mayoría de los vecinos. Aquel día no lo socorrieron, por miedo. Se refugió como pudo. Siento un profundo respeto personal, también, por supuesto, por los dos concejales de EA y PNV que se han atrevido a presentarse a concejales por mi pueblo natal, Hernani. En los pisos piloto del nacionalismo radical la vida no es fácil para quienes les llevan la contraria públicamente.


Los líderes socialistas están, con todo, muy contentos por la subida electoral en el territorio guipuzcoano. Sus jefes lo estarán también, por los resultados vascos, como un aval al cambio de estrategia antiterrorista.

Alfredo Tamayo me aconsejó hace unos días un libro de Aaron T. Beck titulado Prisioneros del odio. Lo voy leyendo prácticamente cada noche y me resulta inevitable comparar sus afirmaciones con la realidad de la violencia nacionalista vasca, así como con los efectos de la propaganda intensiva durante décadas en la población vasca. Es desazonante comprobar que también viene al pelo para analizar los efectos devastadores de la “nueva propaganda” que se desarrolla en la opinión pública española.

El autor analiza el odio destructivo entre individuos y grupos. Escribe acerca de los individuos y los grupos cuando abdican de la racionalidad para convertirse en los prisioneros de un mecanismo de pensamiento primitivo. Habla de la distorsión cognitiva, de las ventajas propagandísticas de la creación de chivos expiatorios. Explica cómo se pueden generar imágenes ultrasimplificadas acerca de los “contrarios”. Aaron T. Beck expresa que “una vez que el odio ha cristalizado, es como un cuchillo helado preparado para hundirse en la espalda de un adversario”.

Considero al leerlo que el odio del mundo social de ETA no ha disminuido de forma significativa y que más bien es azuzado por sus estrategas de forma fría e instrumental. Y que el cambio de estrategia antiterrorista no tiene amplio recorrido. Lo siento especialmente por esos puñados de concejales vascos.

No puedo evitar pensar además que hay gente que ha ido incubando otra especie de odio reactivo contra el PP o el PSOE, por distintas causas, en el interior de la sociedad española. Sus efectos son -por fortuna- leves, pero resultan, claro, un factor añadido de fortaleza relativa para los de Batasuna y ETA. Estamos en un bucle complicado de resolver, me temo.

Maite Pagazaurtundua

» Ver reseña del libro "Prisioneros del odio", de Aaron T. Beck

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