mayo 30, 2007

CABARET EN EL LICEO

(o dos cadillacs solitarios atrapados en un atasco en el tercer cinturón)

Los que hayan visto la película “Cabaret” de Bob Fose, seguramente recordarán una escena impactante, o al menos para mí lo es, seguramente la que mejor refleja en toda la película la situación política de la Alemania de los años treinta antes del triunfo total del nazismo.
Liza Minelli, con su compañero de piso, interpretado por Michel York y el millonario que les paga las juergas (no me acuerdo el nombre del actor ahora), están de excursión por Baviera.


En un hostal rural se emborrachan de cerveza y champán entre una pequeña multitud de juerguistas, vestidos con los trajes típicos regionales…Todo parece tranquilo y todo el mundo parece feliz allí. De repente un adolescente de no más de 15 años, rubio, barbilampiño, ojos azules… se levanta entre el público y comienza a cantar una canción: “El futuro nos pertenece”. Es un primer plano, el angelito canta y solo vemos su cara. La cámara poco a poco va hacia atrás y vamos descubriendo que lleva un fular sobre una camisa parda (¿un boy scout?), la cámara sigue ampliando el plano y al chico cada vez la expresión de sus rostro se le va endureciendo y canta con más furia…hasta que al final levanta su brazo haciendo el saludo romano y descubrimos que luce la esvástica; es un miembro de las juventudes de la SA. La gente alrededor se va contagiando del entusiasmo del joven y empiezan a levantarse de las mesas ,a izar el brazo al estilo nazi y a unirse en un coro patriota y cada vez más fanático…Todos los que hasta hace un momento reían y bebían grandes jarras de cervezas apaciblemente acaban formando una masa que da miedo… Todos menos un viejecito que no se levanta de la mesa , que pone su mano en la frente y mira el espectáculo con una terrible expresión de desesperación…Liza Minelli y sus dos amigos, se van de allá azorados y desconcertados mientras el ricachón que les acompaña les tranquiliza diciéndoles que aquello no tiene ninguna importancia, que es un fenómeno que se controlará…, estamos a principios de los años treinta…


He evocado esta escena leyendo el gran libro de Sabino Mendez “Historia de hambre y sed” del cual ya he comentado algún trozo en este blog. No voy a ser demagogo, no voy a decir que el nazismo alemán sea comparable al nacionalismo catalán agobiante, ni muchísimo menos, pero hay que reconocer que muchas veces comparten estética.

Ela historia es que TV3, celebraba no se qué aniversario. Se trataba de un gran evento político, social y cultural que se celebraba en el Liceo. Uno del los números era un especie de suite musical interpretada por la Orquesta del Liceo en la que en un arreglo sinfónico se iban encadenando diversos temas de música pop catalana. Parece ser que este era uno de los motivos por los que se le invitó al músico catalán Sabino Mendez, el hecho de ser el autor de los más importantes éxitos del pop catalán pero (ay!) cantado en castellano. La suite sinfónica , sin letra , como es lógico, no contenía ningún éxito de Sabino Mendez ni de ningún músico catalán que cantase en castellano y todo eran adaptaciones sinfónicas de cancioncitas de genios como Els Pets, Laxa’n Busto u otros del ámbito ligüístico catalán/valenciano/balear…

Pero el gran número de la noche , la explosión final fue lo que , a continuación nos relata el propio Sabino Mendez en su libro: (pg. 139)

“Una niña se acerca al centro del escenario oscuro donde la espera un foco. Va un poco rígida. Está vestida con modestia y austeridad. Se nota que le han dicho cómo debe actuar. Es consciente de que forma parte de unja representación, al igual que todos los que se hayan entre el público. El objetivo de la representación no sé si para la niña está tan claro. Es el final del concierto. El truco, el objetivo es, desde luego, conmover; mas ¿porqué han elegido precisamente una niña en estos tiempos de la pederastia en la Red? Porque el universo simbólico de quines la han elegido se formó en un tiempo muy anterior a este. La niña empieza a cantar solo, sin instrumentos. ¿Por qué han elegido también que empiece así? Porque desean transmitir un contenido de pureza . No hay nada más puro, que llega con más pureza a nuestro corazón, que la voz de los niños. Tendrían que haber escogido incluso una niña un poco menor, de cinco o seis años, pero sin duda no la han encontrado: es muy difícil enseñarles a esa edad; todavía se resisten mucho, de una manera natural y no preconcebida, a ser manipulados. Aún no aciertan siempre el resultado de las órdenes y no son previsibles. La voz de la niña se eleva por los altos muros del Teatro del Liceo barcelonés. Mas ¿qué está cantando? Déjenme que escuche bien. Es una canción que les desea a los nuevos y poéticos segadores de 1.714 un buen golpe de hoz en su tarea de revuelta. Ya la conocen del primer capítulo (del libro. Por si hay algún psicópata que todavía la suscribe en su sentido pleno, ¡no podían por lo menos dejar a las criaturas fuera de ello y no, obscenamente, hacérsela cantar a una niña? ¿Es que el nacionalista está ya tan enfermo que no ve lo obvio? ¿Su delirio de gloria etnicista ya no respeta nada?

(…)

Pero aquella tarde , todo el teatro se levantó como un solo hombre. Una visión impresionante. Es espectáculo vale la pena verlo desde el palco del primer piso, lateral izquierda desde el escenario. Un sitio muy abierto y muy vistoso. Yo lo veía todo y a la vez estaba en una ubicación central, muy observada. Como la liturgia no se descuida en estos casos, en aquel momento se encendieron las luces de la sala para que todo el mundo pudiera observar y autosatisfacerse con el espectáculo previsto. Parecía que les hubieran metido un cohete de feria por el culo.

No me levanté. Muscularmente hubiera podido hacerlo. Intelectualmente, también. Tenía mil coartadas posibles a mi disposición. Nadie podría discutir, por ejemplo, que La Marsellesa es uno de os pocos himnos que por su estructura musical consigue escaparse de la sensación de la sensación de adocenamiento que provoca el habitual dos por cuatro de estas piezas, y que, a pesar de ello también tiene una de las letras más repugnantes que conozco. Cosa que no ha sido impedimento para que, muchas veces, haya sido escogido popularmente como el himno de la libertad por antonomasia. El Segadors, a su lado, es comparativamente poca cosa.

(…)

Pues bueno, ya lo saben, no me levanté. Me gustaría poder presumir de que fue por temperamento, decencia o astucia. Al fin y al cabo, normalizar un país de verdad en la época moderna consiste seguramente en crear costumbres libres, conseguir que estas cosas dejen de ser obligatorias. Pasa probablemente por no levantarse y que a nadie le parezca importante si lo hace o no. Pero fue, puedo asegurarlo , por razones más egoístas: lo que yo quería era salvar mi mente.

Pero lo cierto es que se levantó todo el mundo: locutores que presumen de irónicos y sarcásticos tuvieron su momento de fanatismo y7o adocenamiento y lo hicieron (vi a uno que lo hizo de mala gana); esposas de subsecretarios del Gobierno autónomo embutidas en un estilo de vestidos que hasta hace poco solo se veían en Madrid, lo hicieron; muchos hombres maduros con traje y algún resto de barba y melena , también. Algunos hasta cantaban. Joder, parecía una misa. Una misa laica en el Liceo. El himno dura bastante y más cuando lo canta una niña a paso de rana. Tuve mucho tiempo para apoyarme en la baranda del palco y observar, tranquilamente sentado y resistiendo la presión implícita del entorno, a la concurrencia que estaba en pie. Por esas casualidades de la vida estaba en un sitio central, muy visible desde todos lo ángulos del teatro (fila 12, silla 16, hagan la prueba), y llamaba bastante la atención mi inmovilidad. Las ganas de ceder, conceder, levantarme y fundirme en el entorno anónimo de masa para dejar de ser el raro, el observado con curiosidad (para estar tranquilo, en una palabra), fueron una tentación. Pero me sobrepuse. Nadie desde mis códigos podía rendir pleitesía a una propuesta artísticamente tan indecente. Paseé toda la mirada por el teatro y, para entretenerme y resistir la presión involuntaria de cualquier posible mirada (se acercaba la estrofa final) me dediqué a hacer un cálculo aproximado de cuantos éramos. Unos tres mil, diría yo. Les aseguro que es un espectáculo imponente un teatro lleno con tres mil personas entregados al furor patriótico, aunque sean de clase media. Y ponte tu a llevarles la contraria como el impertinente de guardia. Un teatro de ópera con tres mil patriotas distribuidos en varios pisos cantando, con las luces encendidas y la música enervante desde el escenario es un espectáculo que da incluso un poco de aprensión, créanme. Como si fuera un turista perplejo(seguramente, un indostaní que desconoce lo que es Cataluña y nunca ve las Olimpiadas, debieron pensar), pasé la mirada por todo el local, decidido a no perderme un detalle del momento. Y entonces lo vi: estaba allí, en lo más alto de la platea o gallinero, cercano a la baranda y un poco más hacia el centro del teatro, donde la baranda empezaba a curvarse. Otro tipo, alguna persona más en el teatro, no se había levantado. Déjenme soñar: vamos a descartar causas hemipléjicas y permitir que aquel día no me sintiera tan solo. Claro su posición era mas cómoda que la mía allí en la semioscuridad del ángulo del gallinero y no en medio del barullo central y a plena luz como yo, pero su presencia me consoló mucho. Aguantamos los dos hasta el final del himno y entonces toda la gente se sentó y las luces bajaron.”
J.A.

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